Partir del portal de Santiago
hacia atrás
donde las callejas se adoquinan, disfrazarla montaña
recova del apóstol
guarda sus oros como si fuesen de por sí valioso tesoro.
Lo mágico es alejarse.
Quien se adentre en esas catacumbas a cielo abierto,
sabrá pues, fueron los caminos cuyo testimonio han sabido dar al tiempo.
Con aquestos pasadizos protéjense de lluvia infinita,
una sola, fiel compañera de los días compostelanos
y las noches: la llovizna son las estrellas descendiendo para humanizar,
no es madre la naturaleza, sino madrastra según Gracián
-te lo quita al nacer, lo devuelve al morir- mas no por eso, digo,
te deja de amar.
Marejadas de gentes esconden sus almas,
el amparo de esos techos impiden hoscos la bendición del orvallo en la frente
-desde todos los flancos posibles-.
Porque así te empapás en Santiago,
como quien interroga suspicacias
royendo los carozos de las ánimas zumbantes
hasta hacer arder un fuego con el entendimiento gustativo al mezclar la perfecta unión de morrón-papa-cebolla-huevos, muchos. Bien babé.
Derrámanse precozmente al cortarse sobre un tablón curado al tiempo que refleja su osadía en el cielo picheleiro que nos cobija
con su estrella, la del fondo negro y de dorado corazón.
Un momento dura aquello. Las tablas forman la ilusión de patio colonial
como se los conocieron alguna vez,
colonial aunque sin aljibe
esas son cosas raras que suelen usar los del sur.
Los de más al sur.
Acá el agua la sacan de arriba.
Cómo irla a buscar entre la tierra, ni profanar su profundidad de tierra bien compuesta,
allí donde en paz descansa el santo en su santidad.
Las calles, las veredas, los autos circulan raudos, los mozos y las mozas cuchichean confidencias que lava la lluvia
y sin embargo ríen, a carcajadas ríen
mientras se rizan en derredor a una mesa sin banderas
estornudando acordes que se cagan en las fronteras
acompaña la música y comparten sus odres,
así como la garúa,
(por otros pagos todavía andan diciendo que fue el cielo quien se ha puesto a llorar).
No por acá, donde la lluvia es ideas y confraternizar
de ideas y vueltas
es el verdadero saudade de la celtiberia,
¡Otra vuelta!
no digas otra, nadie tiene por qué saber cuánto has bebido.
Los momentos circulan haciéndose eco de los corazones sangrando vino por el camino hasta volver a mirar al cielo
oteando al parroquiano
abrazos tras copas que relanzan la liturgia entre nube y nube.
Esas despiertan forasteros incautos con el olor de la oliva salteando un ajo entero
y quemadito apura el desayuno.
Nada más parecido que un miércoles a un sábado aquí; que un domingo a un viernes,
aún, un día cualquiera no es cualquier día...
... siempre hay el tiempo
para una caña más.
Cómo irla a buscar entre la tierra, ni profanar su profundidad de tierra bien compuesta,
allí donde en paz descansa el santo en su santidad.
Las calles, las veredas, los autos circulan raudos, los mozos y las mozas cuchichean confidencias que lava la lluvia
y sin embargo ríen, a carcajadas ríen
mientras se rizan en derredor a una mesa sin banderas
estornudando acordes que se cagan en las fronteras
acompaña la música y comparten sus odres,
así como la garúa,
(por otros pagos todavía andan diciendo que fue el cielo quien se ha puesto a llorar).
No por acá, donde la lluvia es ideas y confraternizar
de ideas y vueltas
es el verdadero saudade de la celtiberia,
¡Otra vuelta!
no digas otra, nadie tiene por qué saber cuánto has bebido.
Los momentos circulan haciéndose eco de los corazones sangrando vino por el camino hasta volver a mirar al cielo
oteando al parroquiano
abrazos tras copas que relanzan la liturgia entre nube y nube.
Esas despiertan forasteros incautos con el olor de la oliva salteando un ajo entero
y quemadito apura el desayuno.
Nada más parecido que un miércoles a un sábado aquí; que un domingo a un viernes,
aún, un día cualquiera no es cualquier día...
... siempre hay el tiempo
para una caña más.