“Uno siempre tiene cinco años en un rincón del corazón”
Ya
en los albores de una anticipada y prominente carrera por entre las filas de
los más peligrosos delincuentes juveniles, anunciaban mi presente los cinco atorrantes
años con los que contaba en ese entonces. Desde las más pesadas peleas
preescolares contra el bando del otro pecoso, aquél de la salita verde que
acaparaba la atención de las maestras y algún que otro padre desprevenido y
fatalista con miedo a que su hijo, hija, tutorada o encargada, sufriera las
consecuencias de las riñas entre estos bandidos, de corta talla, en el
jardincito de Alberdi y Doblas.
Disgrego
un instante la integridad de esos padres que temían en aquel entonces por el destino
de sus hijos y que hoy no le temen a las cacerolas. Punto y seguido a lo anterior.
En ese entonces el mundo, la vida, la historia y los sueños se definían en alguno de los rinconcitos del jardín. Allí, con los primeros encuentros en sociedad comenzaron las pecaminosas aventuras del personaje que a veces soy. ¡Qué pinta de atorrante! Y así crecí.
En ese entonces el mundo, la vida, la historia y los sueños se definían en alguno de los rinconcitos del jardín. Allí, con los primeros encuentros en sociedad comenzaron las pecaminosas aventuras del personaje que a veces soy. ¡Qué pinta de atorrante! Y así crecí.
De
las batallas campales con más victoriosos que derrotados, pasamos a jugar en la
primera de un club inventado por nosotros. La magia nunca se hacía esperar y,
aunque medio tronco para la pelota, pasé toda la primaria esperando volver a
ser grande como cuando antes, como cuando era un verdadero atorrante.
Así como quien no quiere la cosa, un día, creo yo que en primavera, de soslayo miré al adolescente que, ni grande para ser grande, ni chico para ser grande, me recibió con un manojo lleno de anhelos. Así también, entre pecas revoltosas, las posibilidades de descubrir un mundo a los pies de a quien aquello no le interesaba, descubrí que ya había descubierto la música, la poesía y los sueños, otra vez.
Así como quien no quiere la cosa, un día, creo yo que en primavera, de soslayo miré al adolescente que, ni grande para ser grande, ni chico para ser grande, me recibió con un manojo lleno de anhelos. Así también, entre pecas revoltosas, las posibilidades de descubrir un mundo a los pies de a quien aquello no le interesaba, descubrí que ya había descubierto la música, la poesía y los sueños, otra vez.