miércoles, octubre 30

A los caminantes

Solamente un relato previsto a través de las treinta cuadras que limitan la ciudad de lo incalculable. Habráse visto a las calles alinearse por aquí o por allí, derechas como regios caminos rectos de paisajes tan cambiantes, dispuestas a provocar el siempre tan mentado encontronazo, a chocarse de frente con otro, carpetas aterrizando desordenadas en el suelo, y las mismas baldosas que ya ni miran porque se conocen las bufas de memoria cuando tropiezan los más prolijos de los que pasan por ahí. Tras el repique de unos tacos apurados suena el redoble de un tipo en traje y moño tocando un tacho mientras el tránsito no descansa y compite pulso a pulso con el músico. Ni se acopla, ni lo combate, sólo se abstrae y viaja con los flojos aplausos de los caminantes de esa tarde, cansados de esperar el semáforo, a quienes está dedicada su canción. Sin rumbo fijo ni horario, ni nada más que mi silbido desprolijo y timidón que enloquece caras raras a contramano me aparto de la escena, me escabullo entre los carteles y los árboles testigos de todo lo que pasa sólo para contarles lo que veo. Avanzo. Avanza. Avanzaron. Todos siguieron de largo. Tan así que casi subo colgado de un pasamano usado esperando el frenazo siempre a la orden del día. Absorto como economista en pleno jolgorio me bajé de ese bondi repleto, por suerte, antes de haberme subido y acá le meto pata hasta llegar.
Buenas tardes a todos los presentes reunidos aquí frente a nuestra sonrisa que espera vuestra atención,  desde la otra vereda, cruzando los cinco carriles juntos, escucho esto que se imagina el más viejo de los cuatro instrumentistas que tocan una primavera porteña, llenos de tarde y sol.
Cada uno está, cada uno es, se pronuncian en la armonía y se hacen melodía del resto de sus compinches. De pronto uno que iba caminando se intenta acomodar en el aire y se deja llevar, disfruta acompañado de un perro con ojos de nene grande; al lado un grande con ojos de perro triste. Quienes hayan osado alguna vez a desandar el itinerario cotidiano de alguien así sabrá que en lo compungido del suspiro que éste arroja, devuelve un agradecimiento fatal recordando lo que alguna vez soñó.
¿Saben? Sonaba lindo en parejos y amistosos tresillos despojados de cualquier temor, aunque los tuviera, no lo dudo. Pero esa forma de compartirse dejaba en claro que su nombre no era otro que el que estaba interpretando.
¡Cómo miro! Escucho lo que cuento: un saxo, dos saxos, unas cuerdas, percusión y ritmo. Un recorrido incierto, incalculado concierto que les hago escuchar mientras lo capturo en el relato, música en prosa acompaña mientras tocan. Pasó a las chapas un micro humeando, una sirena ruidosa y un tipo de maletín con cara de asco y soledad; ellos siguen.
Así como lo de recién, tampoco se enteran del escritor que vive en el segundo piso y que está escuchando todo con los dedos acalambrados, recién vuelto a la vida ante la irrupción repentina de estos cuatro.

El escritor se inventó una compañera y copas de vino mientras se narra a sí mismo en un vodevil. Los hombres despiertan del sueño y de a poco vuelven a su hogar para estarse seguros que esto sólo fue un detalle más en sus días. Los colectivos, las sirenas y los navegantes nunca se enteraron de lo que pasó. Sólo quedamos nosotros en el lugar, desarmando los bártulos, y el perro fue el único que amagó a aplaudir.

sábado, octubre 19

¡Qué arrebato!

Sábados cargando de huellas el cuerpo, con soles girando alrededor, con alegría y desencuentro convocan a decir algo más acerca de la eléctrica y magnética sensación a calendario. Sábado que sabadea la esperanza del tropezón no esperado al dar la vuelta, al cruzar la calle esperando el verde del semáforo —verde de su otro lado rojo, por donde lo cortes, por donde lo atrapes; desgarrando verdes brotan rojos ensangrentados que olvidan ser rojos siendo verdes—. Será porque sí que en el trecho entre paso y paso el agujero se abre inmenso caminando, ido, alucinando un camino que se abre entre el camino.
A medida que el sol se hace domingo creyéndose frío otoñal de principio de siglo, llora al renacer su entusiasmo de caminante sesudo, marcarán el paso nuevo que lo ve crecer. Será porque no que en la brecha de su cantar ilumina enmudecido lo que va a venir. A buscarlo por la puerta de atrás. Abre cierra, portazo al viento, se crispa su querer. Se hará barro entre los ladrillos comidos por el mismo ventarrón que susurró antes la anécdota de un pasado de hiedras ladrilleras laburantes del camino imaginado por dos o tres elefantes de testa ruda, de ahínco sin igual. Ahí en compañía de alazanes zainos con magia de cuentos del campo, ¡cabalguen! cabalguen hasta el alba del nuevo amor.
siempre rojo
siempre verde
verde
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