miércoles, mayo 30

Compadrito y retacón


Seferino no paraba y le daba al vino cual borgoñón.
En la pista era divertido,
aunque no muy avispado p'al baile.
Con sus ojos tan negros y profundos como el azabache
aunque con mirada algo malvada, de chicuelo bonachón,
escudriñaba cada uno e los rincones que al salón asomaban.
Había dende él estaba siempre alguna niña enamorada
que lo seguía a sol y a sombra
por entre la marejada de polleras,
por entre la polvareda que levantaban.
El Seferino era compadrito y retacón,
no se andaba con vueltas, y mucho menos ante las mientes de las comadronas
que supieron del Seferino en sus años de juventud.
Güeso duro e roer, el Seferino no aflojaba,
andaba siempre de boleadora y facón. No era gaucho el Seferino,
pero lo aparentaba muy bien.
Un día la vio y cayó a los pies de esa majada en danza
cuando un pericón le bailó.
Yo andaba cerquita, 
no le perdía el tranco a la muchacha,
porque les confieso, ella me gustaba,
pero se la llevó,
y creo que naides más los vio.

martes, mayo 29

Zarandea la Azucena


Azucena beligeraba con su cadera
aunque de coté se le marcaba el bombachón.
La muy morena no tenía empacho
en que los lobeznos asecharan su carrera.
Y fue así como entre su sonrisa de dientes prominentes
y su zarandeo de princesa en la arena
la Azucena secuestró aquellas babas
que la envolvían de frente.
Los cuates embravecían al ronroneo de la mulata
se jactaban entre naifes, con salvajes miradas y peores ansias.
Pero esas caderas resistían cualquier embate.
Naides sabía con qué se irían a encontrar en combate, 
que a fin de cuentas mucho respetaban su audacia.
¡Y no se le animaban, eh!
Un día la Azucena, impávida y despreocupada de por sí
quedó algo aturrullada en su gracia
cuando, por entre la muchachada, el Seferino aparició.
Al cogote él le llegaba
incluso estando sentada,
que sin armas ni artilugios viles,
tan sólo con propuesta algo atolondrada
la beligerante Azucena, 
firmó su rendición. 

sábado, mayo 26

cambalaches y mercaditos

Aquel cambalache en el mercadito del norte.. lleno de colores y de gentes y de carnes y de platos y las confluencias de todo dios y de entero universo. Hacemos filas placenteras, hacemos eructos al aire sabiéndonos satisfechos. Hay siempre un poco más para contar, siempre un tanto más para decir aunque uno no siempre quiera contarlo todo o los detalles se escapen despacito como el jugo dentro de un tamal humeante.

Romuel no tenía los mejores tomates tucumanos, tenía "los mejores tomates del mundo" y orgulloso se ofrecía una y otra vez. Y es que entrar a hurtadillas en tamaños cambalaches nos hace un poco mas completos, y más pequeños, deslumbrándonos las retinas ante la cotidianeidad de los colores estridentes, las cholitas tucumanas y los rufianes embebidos en un etílico violaceo, jugándose el pellejo entre mano y mano de mus..

jueves, mayo 24

Irma y la tormenta

Como todas las medias noches aprovechaba el silencio, la calma y la severidad de la madrugada para emprolijar y limpiar los bártulos de la cocina que habían sido usados durante el día. Irma tenía la costumbre de no usar detergente común y toda clase de productos odorizados para hacer más agradable su tarea y disfrutar del contacto con sus platos. Sus dedos, preocupados y en soledad, no respondían en diálogo con su gesto sonriente y agraciado, pero el crepitar de sus labios lo decían todo. Hacía ya unos meses que a Irma no la visitaba el placer de una charla compañera; y más todavía desde la última vez que sintió por todo el cuerpo la vivacidad, el candor, la potencia y el éxtasis de una buena carcajada. A Irma esto no le importaba demasiado. Ella cocinaba con maestría, preparaba verdaderos manjares y su simpatía combinaba con su paladar; adornaba su casa, cambiaba los muebles de sitio cada tres días; enviaba cartas a correo de lectores de gran cantidad de revistas; se dedicaba a ella y a nadie más. 


Irma venía de una gran familia de excelentes médicos, deportistas y políticos, aunque perfil bajo, su familia mantenía la fama y las loas de sus logros en el más sensible anonimato. Su trato fue siempre cordial, algo distante por momentos, por lo menos con sus más cercanos. Tenía un sobrino. Diez años de maldad inocentada aplacaban a cualquier pedagogo, incluso a los magos. Con Irma no. Con ella tenía una cercanía distinta, como con nadie. Guille para ella, pero le decía Nepo. Con Nepo tenía una debilidad y era que a él le encantaba que le preparase caramelo con menta. Rara habilidad que tenía de aromatizar el caramelo antes de cocinarlo. A Guille le gustaba, pero no iba seguido. Seguramente no lo dejaban frecuentar aquella casa extraña donde las cosas que pasaban asombraban hasta el más distraído feligrés. Seguramente le tenían prohibida la visita a esa casa, pero son sólo rumores que se cuentan al pasar. 

La última visita de Nepo fue hará cosa de un mes atrás, y de ahí en más sólo el recuerdo es borroso. 

Como en toda familia de gente exitosa donde el estatus social alcanzado dista mucho de lo esperado, ahí cuando siempre se quiere estar un poco más allá, hay un resto que sobra; hay una que dice la verdad. 

Irma limpiaba, pero no hablaba. Cantaba sin mirar y nunca estaba sola, a veces hasta escuchaba los latidos de su corazón resonando por toda la casa, como latigazos. En un único concierto escuchó el eco de uno de ellos, y le bastó para no enterarse lo que pasó. Había terminado su rutina aséptica casi al son del alba, pero no tenía sueño. De hecho, tampoco lo sabía. Como una autómata alcanzó el azúcar, la sartén de cobre y sin dudarlo cortó tres hojitas de su planta en lugar de cuatro como le era costumbre. Para ese momento el tum tum resonaba solo, desde adentro de la pared. Irma atinó nada más que a seguir abriendo la llave del gas, hasta que todo se bañó con un triste olor a menta.

domingo, mayo 20

vientito del..

Ansiedad y salud
en San Miguel, en Tucumán
como en Nuneaton
por aquellos años
de frío e inconsciencia 
¿para tanto?
ja!
parece que sí, que así se juega
a pura cepa y empanadita
a puro limón y revoluciones
que nos llevan libres
a este vientito de valle fértil
y despiadado

Ansiedad y salud, 
nuevamente
ansiedad y salud,
otra vez
distancias que van y vienen
que gritan y callan
a kilómetros de aquí
a kilómetros de allá

viernes, mayo 11

el transeúnte

Héctor Hernando Bauness, guapo de aquéllos que no abundan, pasó toda su vida entre filos de espolones algo gastados y gestos de humilde compasión. Paseando por el barrio levantaba polvo por entre las faldas de cada una de las ama de casa que esperaban ansiosas la hora en que el loco transitara su vereda, siempre con la eterna excusa de barrer las hojas amarillas y eternas que se acaudalaban en el zaguán.
Una de las últimas veces que anduvo por el barrio se lo vio perdido cortando clavos a lo loco, cruzando calles que no había. Ah! Y hablando solo, como para desvariar. El loco Bauness salía a cazar el diario todas las mañanas, con el que acompañaba su café doble de animosa rutina y sus mocasines siempre recién lustrados. Eso sí, no regresaba sin antes pasar por el almacén del gallego Santoro a elegir el candelario bien maduro, como decía que le gustaba. No estaba tan loco Bauness, aunque no dejaba puerta sin saludar, ni lugar para el asombro en su recorrido tampoco. Era de esos tipos raros que se llevan bien con todo el mundo, pero que no se traen con ninguno. Tan amiguero en su fantasía de solitaria leyenda y aventurero en sus fábulas de malevo y compadrón, que provocaba los comentarios atolondrados de sus vecinos con esas voces de casa y persiana adentro, algunos más picantes que otros; y nadie llegó a odiarlo, mucho menos a conocerlo tal cual era. Los más osados aseveraban que el loco había nacido en un pueblito en Suecia, al costado de un arroyo, pero la escaza convicción de cualquiera hacía que todo dato nuevo fuese cada vez más prescindible. Un gran misterio sin mucha importancia era de dónde venía; más extraño se hacía hacia dónde iba. El loco, claro que sólo así se lo conocía, era un transeúnte. Él iba, siempre por las mismas cuadras, siempre por las mismas miradas. Era pintón eh! Ningún tirado, comentaban apelotonadas las polleras saltarinas del recién inaugurado cine 25 de mayo, aprovechándose que El loco no se acercaba a donde veía mucha gente. ¡Más de dos, gentío! A carcajadas se jactó de su solitariedad frente al curioso vigilante de la manzana. A fin de cuentas era eso lo que lo mantenía en pie hace tanto. Casi que había nacido antes que el barrio. Gran misterio. La gente tampoco se acercaba, muchos por no quedar impertinentes, o por respeto. ¡Qué respetuosa es la gente! Eso sí, no se olviden de dar doble vuelta a la llave, que éste con la pinta de loco que tiene se te puede meter en tu casa y vaya a saber Dio que le puede hacer a los tuyos. Mire si contagia. Los más avezados arriesgaban con timidez entre los íntimos que él debía ser feliz en su propio mundo. Pese a esto no tuvo el loco las mismas oportunidades que todos; y su final, el comienzo de la leyenda, no tuvo más que suceder como fue. Sin ayuda y sin causa. Sin dolor.
Fue por uno de sus habituales ires sin venires cuando se perdió para desaparecer, y en su evanescencia hacerse querer más y más. Con el tiempo las personas dejan caer un poco a sus temores zonzos. No lo vieron cuando empezó a caminar con gesto de titiritero en pleno ataque de alergia. Caminó. Él era un transeúnte, y caminaba. Tomó hacia el sur por una calle de tierra de las que nadie pisaba. Sólo quedaron sus huellas en el barrio, en esa calle de tierra que empezaba en la misma esquina donde terminaba. Calle extraña, en forma de hoz, que pegaba un pequeño rulo para encontrarse nuevamente con ella misma. Ahí se encontró el loco perdido, anonadado frente a su propia imagen, en esa misma esquina que lo encontró para perderlo por última vez.

viernes, mayo 4

las desopilantes aventuras del joven burgués

El joven burgués se aventura nuevamente en los colectivos porteños. Sube, murmura un “uno veinticinco” sin saludar ni mirar, se estira entre los pasamanos con cierto asco y se acomoda en el vértice izquierdo, lejos de la única ventana que permanece abierta. Andaba mal de amores; decidió tomarse el bondi por tamaño motivo, como para pasar el limpiaparabrisas a lo cotidiano y experimentarse unas seis de la tarde cualquiera. “Extrañar es como recordar pero en alta definición”, pensaba; aunque eso no lo sacaba de su ajustado recoveco. El joven burgués usa auriculares gigantes en su afán por compensar el total desuso del mismo por parte de las clases sociales más bajas. Escucha músicas repetitivas como loro de caricatura y unos anteojos con marcos magnanísimos que los que usan en el Louvre para proteger los Da Vinci. El joven burgués pese a sus ánimos alicaídos, se había subido al 5 con el pecho inflado por haber realizado satisfactoriamente algunos ciertos quehaceres domésticos. Aunque bien, cómo siempre atesoramos: hay que decirlo todo ¿vió? Y el pecho inflado por los quehaceres domésticos es igual para todos los hombres, sin distinción social alguna: Es que a veces nos prestamos tanto a lo básico que hacemos un agujero en la pared para colgar una repisa y ya sentimos que somos gerentes de Easy.. ¡Qué le vamos a hacer! Volviendo al joven y su aventura; cerca suyo rondaban un par de adolescentes vestidos íntegramente en ropas negras. Sus morrales eran un muestrario de pines japoneses. A nuestro joven burgués no le place el animé; siente que es muy de adolescente conflictuado. Y aún así, llena su boca cual jilguero en reunioncitas donde vanagloria fervientemente las maravillas de este arte oriental. Siempre entre amigos claro, en el reino de las apariencias. Parece uno de esos tipos marcados a fuego desde su inicio; de esos que señalan que lo más importante es “la actitud” y “la garra”, y “el empuje” y que “vayas para adelante” y yo no puedo salirme de mi asombro cuando siento que todos aquellos tipos tienen una etiqueta de “garca”, grande y luminosa, clavada en la frente. No les voy a andar mintiendo, ¿saben? Cuestión que nuestro joven burgués leía a Borges y si bien seguro chocaba menos con los muebles que él, le faltaban ciertas miles de millas de distancia para asimilar un conservadurismo maduro y aguerrido. Papafrita. En eso, el bondi salta estrepitosamente al toparse con uno de esos nuevos lomos de burro plásticos y puntiagudos: Sacudón. Frenada. Sacudón; a río revuelto, vómito de pescadores. El joven golpea fuertemente sus testículos con una de las barandas; y todos sabemos muy bien que golpearse un huevo duele más que ser hincha de Racing, aunque no venga al caso. El joven se prestaba dispuesto a gritar cuando en un cruce de miradas boxísticas, se topó con una morochita que le hizo guardarse la blasfemia y sonreír tímidamente ruborizándose en el intento. La morochita sonrió también, pero casi al instante giró su cabeza hacia los carteles de la calle Corrientes. El joven burgués preso de su fanfarria, no iba a ceder ante una corrida de cara, y entre el gentío se fue acercando sigilosamente, ya no mirándole la cara, sino otros atributos. De seguro no creyó que la mejor curva de esa morochita era la de su sonrisa. Cinco minutos más tarde, hubo que pedirle prestado los baberos a una madre primeriza para saciar su ira sexual. Se estaba evidenciando en aquel rincón del 5. Evidenciando del todo. De buenas a primeras, con ceños fruncidos, un hombre de traje se le avecina al joven burgués. Cuando uno ve a un tipo de traje, y el traje le queda notoriamente grande, de seguro está en camino a alguna entrevista – reunión y tuvo que hurgar la prenda de entre los baúles teliarañeros, tras su último uso en el bautismo de su sobrino. En fin, el tipo de traje se le plantó como un roble. Disparó: “Che campeón, te sobra machismo y te falta hombría. Y hasta que no lo entiendas vas a ser siempre dos talles más chico que cualquier mujer”. Dijo, con la templanza de un caballero del siglo XVII y una barba de tres días. El joven burgués reculó ruborizándose nuevamente y se echó camino al fondo del pasillo. ¡qué tardecita eh! En su andar, siguió enroscándose en prácticas filosóficas de angustia moderna al ver a una pendeja con pollera muy corta. Se quedó petrificado, en vez de mirarle las piernas, parecía indignado; como si no supiera si nació para ser padre, o podría llegar en algún momento de su vida a patear para el otro lado. Una de dos. Y es que la vida a veces es más injusta que mala cara con lindo culo. Pero a nuestro joven burgués parecía ya no interesarle la novela contemporánea del colectivo y sus pasajeros. Enfocando la vista entre los ruleros de una doña entrevé su inevitable descenso y siente alivio. Presiona el botón negro ubicado en un armatoste naranja, o amarillo. El colectivero sigue de largo. Lo deja una parada después. El joven burgués no hizo mueca. “¡Ladran Sancho!” señal de que le pisaron la cola.

miércoles, mayo 2

mito y pulmón

Hace ya un tiempo que su tiempo llegó para arrastrarlo de aquella modorra: bastó con que llenara su bolsillo de tabaco y se fuera de juerga. No volvió más. Dieron cobija aquellos barrios bajos del sur; renegados tablados de poca filosofía y tragos fuertes que lo cultivaron con sus pocas mañas y un código de respeto que usualmente solía romperse pasaditas las tres.

Caminó lento como los gases petrificantes de las fábricas humeando en chimeneas galvanizadas. Lentos fueron sus pasos no así su interior quien revolucionó descolocando el tablero. Sus días entraron en la pesadumbre de querer perecer en la agonía de una no redención a los hombres aggiornados del hoy. Contra viento y marea.

Continuó su historia en los márgenes; esos sucios y tachados márgenes del olvido: dónde no racionan la esperanza ni apuran un desconcertante y tragicómico final. Con la gloria del último bocado, un mágico suceso borraría de sus mentes rastros de toda conciencia y ¡ahí te quiero ver! Jamás podré olvidar esa mueca de risa cuando narraba entre copas su síntesis.. alargada y discontinua, profunda como la soledad.

Los mitos como pulmón de la historia. Los árboles como pulmones de las plazas. Él vendió un pulmón al diablo el día que una tos convulsa y repetitiva le llegó para quedarse. Casi nadie le ha visto pasar y sin embargo el ha visto pasar a muchos; guardando una elegancia febril y alocada. Rastrera, como el destino que cargó su bolsillo de tabaco y lo mandó de juerga un día. Para que hoy se pueda contar que hace tiempo que su tiempo llegó. Y llegó en serio.