domingo, noviembre 11

de esas que dícense diosa siendoló


Diosa confluyes con el ir y venir de mi mirar pierdéndose en las doscientas diócesis degeneradas de deseosas dóciles dosis; dúctil dulzura dionisíaca que no desespera ni de sólo desandar los desaires de ciertos desiertos, y el desenfreno del descanso, mereciendo despacito que despierte tu mirar.

Desprendido prosigo atravesando divertículos a decenares de lo más disonante, descendiendo cada vez más tarde de aquellos destellos que daban distantes adivinanzas donde caricias hubo. Con dedicados dedos delicados de satén desatabas deliciosa los cabos detumescientes  de tus decentes días dorando los míos, idos, distraídos como dicen los que dicen bien. Después, ¿importan los despueses sin yacer? Que de haber sido otra cosa dejaría de ser; y mi disparo, disímil por doquier se desmaya en el débil duelo de sendas miradas nuestras desencontrando el deshoje con desdén de deseo desfondado, símbalos silbando, melódicos recuerdos dóricos devolvidos del olvido como dendritas adormiladas desenmascarando la difícil diligencia vociferante y dicharachera de las huellas despedidas desde antes de ayer, para seguir chisporroteando.

¡Oh Dulcinea de las pampas! Tan desinteresado en mi despojo hágome el notariado entre dustas desinencias en desuso y demases datos que domestican mi hablar demodé, denso y un poco zonzo, y así domeñadas hasta danzar. Desflorando idiosincrasia de cruzado, son diatribas deslenguadas divisando la deuteromorfa desazón de idolatrar tu oceánica divinidad de deliberante desfachatez que amilanan este dueto de disertantes, dramaturgos de cotidiano divagar, deusa do meu amor endemoniada por demás en mi después, en mi antes.

¡Oh, otra vez, deficiente decidor que despierta a la vecindad destinando estas dobles desidias de dignas delincuencias disimuladas por la deidad del tacto decidido de tu piel de durazno con la almendra de mi voz!  Y desfilo, y desvisto, que no habrase visto la duda alguna de los que te dicen, diosa, que si sigo hablando de vos, doy la vuelta seguro donde miradas devienen otra vez decires y demases dientes que distes cada vez riendo.

Tú, desorientadora de desayunos desperdigados donde daban las sombras del abedul en el jardín. Y desafiar, diosa sonrojada desafiante y distinguida, desafiar descifrarte diosa, desteñidos despojos de esperanza, efervescentes, que detentan detener la dislexia de la historia de una espera demorando mi despertar desterrado desde aquel pueblito despoblado, para aparecer después desnudos tras desayuno desprovisto de todo doblez de cuidados hasta que migas y humanos hagamos uno.

Y de seguir debería describir, o al menos definir, las distintas y cotidianas distracciones donde el encuentro disfruta en derredor merodeando mediodías, diez, diez mil, diez millones de diez mil veces de sentir que la diosa, dulce diosa dionisíaca preciosa de este deferente decir, no disimula no sin dificultad, que la diosa está en ese mirar de sonreir.

2 comentarios:

  1. Pobre de esa ella, que, tan precariamente, dícese diosa, creyendoselo.

    Y del que en-diosa (y) cree que Ella existe...

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  2. ¿andan hablando de la claudia muchacho?

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