sábado, diciembre 29

Ha sido siendo un gran año,
                                            Salú!

miércoles, diciembre 19

de sus sátrapas


se trepan, se atrapan
hacen tropa y tropiezan a pura tripa
transparentes sin tropos, ni trapos ni tretas
son truenos estruendozos sin tregua,
se traen tremebundos, estrepitozos tritones
como tractores noctambulantes tramando travesuras a tropel.

¡Cómo trocan majestades tribulantes por troesmas de intrigante querer!

cuchá tritrí, 
tras esa tranca 
tronarán tranquilos los trastos. 
Pa trocar tristezas
atravesá esa traba
entre trocitos de trompetas y trastes troquelados al trajín de la trama de esa tribu
se intrincan los trompos trencito danzarín
tratando de entrever
esas trigueñas tribalistas
que entre trenzas  intrusas
truncan nuestro amor.

Triunfarán los retruécanos
mientras estos tribilines
trotamundos trovadores de trulalá
tramiten repimporoteos de estridente atracción.

Transparentes
entropados, tropezantes
tremenda tropa que se atrapa,
intrépidos atracan,
son sátrapas de colección

martes, diciembre 18

a mis sátrapas

Días natalicios de jolgorio
con un paraguas a lunares de adorno
y esas bestias inmensas en pleno acto de vida

saltan, juegan, hablan hablan hablan sin parar
luego enmudecen y se miran los unos a los otros
los otros esperan esas miradas que trae aquel silencio
los unos saben que luego los otros tendrán su turno
y se disfrutan, se merecen

también cantan, bailan, mastican
y brindan
se brindan

se saben de antaño en aventuras infinitas
en historias repetidas, revividas, sin temor

al amor

al amor que es suficiente
el amor que los hace latir

de amor

el amor es suficiente
para el amor

el amor es
siendo

lunes, diciembre 17


Si por hablar pavadas fuera, no muy distinto a mis cotidianos interlocunloquios entre mis míes y mis otres sería. 

jueves, diciembre 13

«Hasta el cielo se ha puesto a llorar»

Garúa entre los nombres
Garúa se te hace un hilo
con la voz que se hace noche
noches tras el eco de su olvido;
entran lunas a cantar conmigo,
tantas velas con reproches,
sin la niebla del temor:
Garúa con tus manos abrazás el hastío,
y el frío,
contando a la pasada 
que en tu pecho compartido
guarda silencio su amor.


sábado, diciembre 8

¡desgraciado!

Día tempranero, de madrugón. La luz se filtraba tibia por las rendijas de la persiana de madera; de esas añejas, con soga y sistemas de abuelos. Y menos mal.. Por el barrio la luz se había hecho ausente hacía ya unos tres días. Días de duchas en casas ajenas (siempre hermanas), alimentos tirados por la borda y la gota de sudor casi risueña, jocosa; parecía deleitarse cuando caía lentamente, haciéndose sentir, desde la frente al piso oscuro y pegajoso. Todas las doñas rosas protestaron firmemente al grito de "esto no puede seguir así". Fue divertido mirarlas, rabiosas. Entonces culminaba la semana, al menos la mía y las cosas habían resultado gratas. Quien les escribe llega a destino en un impecable humor, (y casi sin precedentes) a las 07.45. Poco tráfico. Los beatles ayudaron un poco, como lo suelen hacer siempre. El Caesar Palace y su elegancia casi ostentosa estaba albergando a cuatro de los más fatídicos personajes que jamás me haya tocado pasear. Y estaban esperando por mí, agazapados. Dos ellas, dos él. Nunca supe si fueron o no pareja, amigos, contrincantes o negociadores. No sé si quise saberlo. Sólo supe de Beth, una simpática norteamericana, algo curiosa y enganchada por todo lo que se vendría en las siguientes cuatro horas. Del resto, un sórdido silencio. La otra ella, rubia como las más dulces angustias, en la ventanilla izquierda, por detrás mío. Beth en el diome. Uno de los él, en la otra ventana. Callado, grandulón, cincuentón, barrigón: cuando lo saludé, me miró de arriba a abajo, como en una aduana difícil, inspección ocular despreciable. A mi lado, el perfecto estereotipo del "pelado con bigote", simpático de a ratos, como la tele en madrugadas. Últimamente me vengo fiando a gran escala de mis percepciones e instintos; algo olía mal..

"So, first time in Buenos Aires? Beginners?" un viejo y conocido entre, de los tantos "yeites que nunca fallan" y que culminan habitualmente en el grán "by the end of the day, you´ll probably be experts", acompañado de risas por respuestas y entusiasmo por venir. Pero no: "the guys have already been here, for two days only, a year ago.. but that´s not our situation" y una tímida risa propuesta por Beth, quién más sino. "Any suggestions?" "We´ve been through Recoleta yesterday, and we´re leaving this afternoon". No sé si lo han notado, pero es sorpresivamente gracioso el modo en el que todos los viajantes pronuncian "Recoleta". El anecdotario cuenta: Ricoleta, Rocoleta, Ruculeta, Richoleta, Racoleta; mientras la "e" es vocal que se perdió como los niños se pierden en la playa y buscan ansiosos un cococho de hombros al encuentro maternal.

Basta de chácharas; la vibración distaba de celestial, el cielo pronosticaba tormentas y yo andaba con los remos preparados en el baúl. Querían hacer una intentona de algún recorrido lineal histórico de la ciudad, pasando por sus aspectos culturales, razón por la cual la Boca fue destino primero ineludible. Ahí vamos. Ahí fuimos. Agarramos Cerrito desde el comienzo. "This is the 9th of july avenue" bla bla bla por aquí, bla bla bla por allá. Pocas preguntas, pocos silencios. Los muchachos del Guinness me pararon en un semáforo y me dieron un premio por el record en cantidad de palabras y frases en menos de lo que canta un gallo. Pechinflado, cual gorrión, llegamos a destino.

La Boca cambalache se encontraba vacía y desolada, como el alma de un comerciante. Sólo nosotros y un par de camiones, de esos que te hacen doler la garganta cada vez que terminás con toda la vaina del primer puerto porteño. Previo a bajar del auto, el pelado vocifera si habría la posibilidad de encontrar un baño en esos pagos. Por seguro, La Perla estaba abriendo y los muchachos poniendo a punto el bar y las sillas. En el relato del Riachuelo, otra morisqueta más, y mientras las chicas escuchaban atentamente, ellos dos, a menos de un metro de mi persona, hablaban sin parar por encima de mis balbuceos. Mirada de reojo, de reojo malicioso, un, dos, tres, cuatro, respiremos profundo, todo está en calma y a seguir.

Nos dirigíamos a la bella figura de don Quinquela y sus colores cuando el bigotón interrumpe casi desesperado aullando por un baño. Noté en ese instante que no se trataba de una de las tantas preguntas "por si acaso"; esto era una urgencia. En esos pensamientos atravesados que ocurren entre las explicaciones y las caminatas me dije a mi mismo que si el quía no andaba escuchando nada de lo que estaba diciendo, incomodando el momento; podría ir solito, mientras yo les contaba a las señoras de que se trataba todo el asunto. Uno a cero. Así decidí, y parados en la estatua, el viejo se apresura al baño como un maratonista con la meta entre cejo y cejo.

Fue un preludio de la tormenta que vendría, un chisporrotazo. La escena que mis ojos se dedicaron a apreciar fue la siguiente: Esquina de la Perla vacía y sin transeúntes. El gringo sale corriendo desesperado. Por detrás y bien cerquita, casi arañándole el pellejo, un gordo que resultó ser un ex barrabrava de boca, corriéndolo con mirada perdida, llena de ira. Parecía uno de esos perros de lucha, alienados, brindándose a su cometido.

Desesperación, gritos, corridas, alaridos, la real academia española agarrándose la cabeza por la sarta de puteadas lunfardas despedidas contra el visitante, yo interponiéndome en defensa del pelado, "que pasa amigo? tranquilo che!" (no, no me hice tan el guapo, pero en la literatura todo vale, así que un poco e fantasía no viene nada mal), y el grito final: "vos los estás llevando? tomátela loco, y llevate a estos giles, que no los quiero ver más por acá". Si si señores, se pudrió todo. Si el campeonato de tango se hubiese estado llevando a cabo en ese momento, seguro hubiésemos ganado el primer premio a la mejor vuelta. Todos consternados, latidos del corazón como la bombonera en la final de la libertadores: El pelado en cuestión tomándose la panza, algo agitado, contando con cara de pollo mojado que él solo había intentado entrar al baño y que insistió ya que se trataba de una urgencia y que luego lo empezaron a correr. Pobre... pensaba. Pobre él, pobre el resto de ellos, que situación embarazosa, ¡pobre yo! Cuando quise sacar los remos, ya se los habían comido las termitas. Estaba perdido, desorientado, todo aquel momento era un barrilete de plomo, imposible de remontar.

El grandote callado abrió la boca por primera vez en el día hacia mí, sugiriendo ir a tomar un taxi para que el otro haga lo suyo, y las chicas continuarían el recorrido tranquilas. Bien flaco, tendría que haber sido así desde un principio. "Are we close to the hotel?"... bueno, se venía el sopetón, y llegó nomás. Con cierta elegancia y sarcasmo por sobre todo, le aclaré que si me hubiese escuchado un mínimo, se habría enterado que acabábamos de cruzar la ciudad entera, que estábamos en hora pico y que estaba bien difícil conseguir un taxi en ese momento. Se decidió finalmente volver al hotel todos juntos en el auto. A mi lado el pelado se seguía agarrando la panza. Lo que habría pasado en esos calzoncillos.. hasta el momento, era un misterio. Todos al auto. ¿Ya les dije que se había largado a llover intensamente? Bueno, también eso. Eso también.

Rally Buenos Aires 2012 edición especial, sospechas confirmadas, y el nauseabundo olor a heces inundando el auto. Beth había tomado uno de los escombros de los remos y me preguntaba sonriente y nerviosa cosas de los sitios en donde pasábamos. Supo de inmediato que era en vano. Independencia, Entre Ríos, Callao. Más lluvia. Tráfico. El único que se estaba divirtiendo era el parabrisas que bailaba y bailaba. No se podían bajar las ventanillas, no me aguantaba más. En eso, el pelado rompe el silencio y mirando hacia adelante confiesa con una inusual tranquilidad que le habían negado el baño, que el insistió y que ante la nueva negativa, comenzó a revolear las sillas. Yo me pregunto a menudo por la habitual consulta de “¿cuál es la percepción que tiene la gente de aquí sobre nosotros?”. ¿Qué código se había olvidado en el barrio? ¿Tuvo algún problemita con su vieja? ¿Le habrá saltado la térmica? El olor no me dejaba pensar, no cabía respuesta alguna para tamaña boludez. Sólo atiné a mirarlo. Fijo. Como cuando uno recibe un reto de gurí esperando quejas, chirlos y por el contrario, recibe esa mirada penetrante, de escalofríos.

Llegamos al hotel en dos patadas. Ellos se bajaron automatizados sin decir ni mu. Nosotros también, era insostenible. Todos menos Beth subieron para no volver. Ella quería seguir de algún modo pero la congoja fué más fuerte y "let´s just call it". Me tiró 200 pesos que sacó del sostén como una dama de burlesque. Pregunté a los muchachos del hotel en esos zonzos trajes de pingüinos si tenían de casualidad algún respirador o tubo de oxígeno. Sólo pa ver si la suerte me daba alguna cachetada. Nada de eso. Vuelvo al auto, abro la puerta, me siento, estoy por poner las llaves y miro a mi lado el asiento del pelado... Ay ay ay… les afirmo y reafirmo que estaba completamente marrón. Marrón clarito, marrón viscoso, ¡marrón mil mierdas! ¡El pelado se desgració! Y lo hizo fiero.

Manejando por avenida Córdoba enciendo la radio y me entero de una nube tóxica en el cielo de la ciudad. Que explotó un contenedor de agroquímicos, algo que ver con el mercurio, que había que tener mucha precaución y no se cuánta palabrita más. A mi no me engañan che.. ¡Ma que mercurio ni mercurio, fué el gringo! ¡Les juro que fue el gringo!

Corolario/Epílogo
El auto fué directamente al lavadero. Tanta vergüenza me dió al ver la cara que puso el quía que se tenía que brindar a tamaño desafío... Hubo propina y hasta un abrazo.

Al gringo lo detuvieron en Ezeiza justo cuando estaba a punto de partir. Le dieron treinta años por atentar contra la salubridad aromática de todos los porteños. “¡Las empanadas, fueron las empanadas! Exclamó mientras lo llevaban esposado.

Luciano, el dueño del vehículo, se agarró la cabeza como los de la real academia con las puteadas del barrabrava. Dicen los que saben, que lo vieron pululando en las inmediaciones de la calle Warnes, sin dormir, intentando desesperadamente cambiar el asiento por algún otro.

Yo no puedo dejar de sentir ese aroma en todo momento, en todo recoveco, en todo lugar. Es como el cuervo negro de Poe. No deja de volver, no deja de sentirse. Espero de todo corazón poder salir de esta.

Moraleja y enseñanza, enseñanza y moraleja: jamás se fíen de un pelado con bigotes.. 

miércoles, diciembre 5

el lunes sabe de su lunidad


Cientas de caras estampadas tras las ventanillas de los tantos coches andan por la avenida de las baldosas calientes un lunes por la tarde. Un lunes como éste; un lunes como aquél de 1904; o como aquél otro, tan lunes como el del 82, o como el del 50. Lunes, siempre lunes que repite en su lunidad la magia de no ser sino lunes. Como el de después de cualquier domingo, como el de cualquier mes. Tan sólo lunes y sanseacabó.
Las almas que circulan miran perdidas asomadas en toda su fachada de lunes pensativo, de los primeros calores pesados que siempre están viniendo, miran apesadumbradas y huyen al encuentro de las demás miradas, inquinas, latosas y expectantes, todas agolpadas en el traqueteo de un bondi lleno; en la cerrazón de un auto atrapado entre la densidad de un aire denso que no le importan ni las ventanillas bajas del todo; o simple y calurosamente a pata, como quien dice mal y pronto.
Lunes de luna lunera, lunita lunata, lunes de luna alunada buscando dejar de ser sol del lunes para próximamente volverse lunes nuevamente, quizá escuchando a un tal Natalio Ruiz que revolea  sombreritos al asfalto de árida tierra gris mientras piensa en esa casa con diez pinos al sur de la ciudad que lo espera. Cosas de lunes.
Es entonces cuando de pronto el aire se abre en su espesor y la presión, temperatura, humedad, luz, color, gusto y demases pequeñeces claman su presencia por entre todos. Bichos que andan reptando sueltos por las paredes dejan de hacerlo; los apretujones, los agolpes que surcan los cielos, también de cemento, se detienen por un instante.  ¡Vaya momento! Un semáforo hace de excusa dejándolos encontrarse y aunque ellos se esfuerzan por desviarse las miradas, no pueden.  Por un momento quedan vacíos los pensamientos de los dos. Todas sus fuerzas, entusiasmos y sus alegrías aparecen apoyando ese encuentro. ¡Vaya momento! Eterno en toda su profundidad, minuto exagerado que no se corta sino hasta la plenitud de sus segundos, hasta la consumación de su acto horario, hasta que pasa. Fue justo ahí cuando el semáforo, casi transpirando por no querer cambiar a verde jamás nunca jamás, para que esas miradas se queden quietas ahí donde están, parte del paisaje, parte de todos que las ignoran, tan propias de otro día, de cualquier día, excepto lunes, día de las miradas perdidas, día hosco y ególatra. Pero no, justo cuando el semáforo, vencido por no querer irse de su rojo antilunes y casi al borde de desvanescerse en el color de esas miradas, justo en ese momento ellos se sonrieron, y siguió siendo lunes.

sábado, diciembre 1

entrever

Palabras rápidas que no se suceden, palabras que no esperan al siguiente renglón para decir entonces solo dicen y dicen que solo seguirán siendo si son pronunciadas por las malas lenguas, esas que tánto nos definen en código parrandero, aprendidas y dichas con balbuceos, gritos, dichas en el momento en el que ni el sol ni la luna pispean, en ese momento que ustedes saben y que esperemos que así sea pues no habrá chance sino de que sigan siendo y cambiarán la sonrisa cómplice por palabras aburridas como la que es “pendiente” cuando se refiere a algún asunto o “billetera” cuando no hay pa los críos, palabras que han sido pronunciadas tantas veces en tantos sentidos bajo tantas circunstancias encerrando tantos significados que de una buena vez deberían juntarse todas, encallar el buque en algún recoveco y gritarse a si mismas, entrometerse hasta la médula con sus esposas, hijos, tíos y amantes hasta molerse a piñas, generar un conventillo tan grande que ya nadie pueda entender nada de palabras, ni si quiera ellas, y seguir gritando hasta que después de la afonía enmudezcan y se miren con recelo como bestias salvajes, queriéndose arrancar el pellejo, desnudándose en ira y sean como son las buenas explosiones, eternas y efímeras, contradictorias, para que al fin la boca se cierre, los ojos se cierren, los sentidos se tomen el mismo buque en el que las palabras llegaron y llegue el despojo y entonces ya nadie tendrá nada para decir y solo restará amarnos.