domingo, septiembre 25

gotita 'e recuerdo

Se enamora el rey que entre sueños baila. Y quedó resonándome la frase largas horas previo a despertar confuso y olvidar como un autómata todo lo que en el sueño ocurrió. Pasé hondas noches tratando de reproducir sistemáticamente toda imagen extranjera a la memoria, pero al despertar siempre era más del mismo día. No podría precisar con entusiasmo cuántas fueron las historias que olvidé recordar, pero en una de aquéllas todo pareció brillar, sin colores ni sonidos…todo pareció brillar.

Trato de reconstruir alguna, y me empeño con esfuerzo en la tarea. Ingrata energía, como fondo de whisky a merced del hielo, y me pierdo.

Pido perdón por los exabruptos, las tangentes y las demoras del relato. Mi intención es contarles, no mucho más, una historia que nada guarda en relación a sueños carnales ni a surrealismos banales. Mucho menos esos laberintos imposibles donde la salida es siempre volver a entrar.

Pasó hará cosa de tres días. La situación, el momento y su final, no tuvieron sino un suspiro inaudible hasta para el más avezado en la agudeza de los sonidos, los tonos, las fiestas, el desenfreno. Todo pasó muy rápido. Un callejón, la oscuridad y unos pasos cortos pero feroces que alcanzaron un trueno y todo se silenció. Y la calma que se hace cala en su olor inconfundible. Por un segundo creí no llegar a distinguir la reyerta, aunque analizando luego mi posición resultó asombrosa mi inmunidad, cauta pero medrosa, a la vista de todos. Una observación casi impune, casi obscena.

Había visto matar, sin saber por qué ni quién; había sentido placer viéndolo; había sentido… y me alegraba de eso, sobre todo porque era lo único que me diferenciaba de la víctima. Había sentido lo sublime del momento, perfecto. Y la lluvia lo tapó todo.

Así por lo menos fue como lo contó, algo perturbado, Serafín. Gomía de cuando chicos, que dejó a la banda para entrar a la cana hoy ya retirado. Demasiado buena madera para meterse ahí. Lo contó cuando nos cruzamos por el barrio, treinta años después, ya desdibujado en la memoria, ya lejos y difuso, ya no era el mismo. Esa fue la única vez que volví a verlo.

Tomo aire, levanto la vista ya de día y me acuerdo que la otra noche soñé con Serafín.


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