Anoche oí un rugir que me sobresaltó. Como cuando Rayo vaticinaba ya un par de días antes que nadie lo iba a poder domar. Ese caballo era una bestia de espuelas inoxidables. Una buena tarde Cándido con mil cañas encima pergonó: - Y ahora van a ver como se hace, ingenuos. Dando tumbos se acercó a Rayo, que déjenme decirles: ni un pelo de zonzo; y a penas puso traste en lomo, el equino haciendo alarde de su fastuosidad lo dejó con dos costillas rotas y cuatro dedos mochos.
Estaba contándoles que oí un rugir que me sobresaltó, y en ese impulso miré por la ventana en vano, habiéndome confundido uno de esos carros modernos con la estanciera del viejo. Que salame.. Si ese motor hubiese escrito con el aceite que tiraba al piso, hubiera sido el Shekspier de los autos; pero para qué seguir fabulando...Con la estanciera aquella tarde lo levantamos a Cándido quien lleno e moretones pedía que lo agarren porque le iba a azotar al caballo.
Anécdota más, historia menos, Ayacucho hoy me volvió al corazón. Como esos mates interminables, y la risa de su gente.
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