Llorar, como un nene con la rodilla recién estrellada contra una canilla mal puesta en el medio de un baldío, ahí donde antes de estar no había nada, o sí, había un lugar para pasar sin golpearse.
Tan real el moretón, tanto y más que la canilla. ¿Será que quedé sentido, re sentido, después de sentirme así?
¿Dónde me metí? que el llanto brota tras de sí, mar de lágrimas -de cocodrilo- que se apuran por sumarse unas con otras, austeras, prejuiciosas y confinadas a pedir ¡por favor! que esto termine,
o empiece, de una vez,
por todas,
y por cada una de las que vendrá a apaciguar el llanto en el que jamás rompí. Si al fin y al cabo se secó antes de alcanzar el lagrimal, nunca tan bien dicho, siempre tan mal habido...¿y por haber qué? Por haber habrá la duda, la fantasía y la zambullida desconsolada en lo desconocido que vendrá y que tanto atrae, sobre todo a la juventud. Lo dijo Bioy.
El desconcierto, entonces llora ¿saben?, llora en soledad sin llorar, hasta que ya ni se acuerda por qué no lloraba.