jueves, septiembre 26

uno desconocido

Llorar, como un nene con la rodilla recién estrellada contra una canilla mal puesta en el medio de un baldío, ahí donde antes de estar no había nada, o sí, había un lugar para pasar sin golpearse.
Tan real el moretón, tanto y más que la canilla. ¿Será que quedé sentido, re sentido, después de sentirme así?
¿Dónde me metí? que el llanto brota tras de sí, mar de lágrimas -de cocodrilo- que se apuran por sumarse unas con otras, austeras, prejuiciosas y confinadas a pedir ¡por favor! que esto termine,
o empiece, de una vez,
por todas,
y por cada una de las que vendrá a apaciguar el llanto en el que jamás rompí. Si al fin y al cabo se secó antes de alcanzar el lagrimal, nunca tan bien dicho, siempre tan mal habido...¿y por haber qué? Por haber habrá la duda, la fantasía y la zambullida desconsolada en lo desconocido que vendrá y que tanto atrae, sobre todo a la juventud. Lo dijo Bioy.
El desconcierto, entonces llora ¿saben?, llora en soledad sin llorar, hasta que ya ni se acuerda por qué no lloraba. 

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