miércoles, marzo 28

cantando


Un tal lombardo juntaba trufas desperdigando manojos enteros de canción por el bosque de las cincuenta sombras verde oscuras dibujadas en escalinata y adustas por entre las ligustrinas que apurábanlo a concluir su jornada.

El tal lombardo no estaba apurado, mas su impetú de finalizar el día laboral lo inquietaba al ver que cada nueva trufa recolectada proyectaba una y otra más.
Así pasaba el lombardo largas semanas entusiastas, y una de conciencia doblada, que lo tiraba para atrás. No podía decidirse el lombardo a continuar. Tampoco a abandonar su respingo agricultor, fuente del plato de comida de la noche; fuente de inspiración y raciocinio en el día.

El lombardo vivía recolectando trufas, aunque él era un poeta, y no lo sabía. Cantaba por entre las ligustrinas cada día más enemigas; cada vez más indiferentes; cada vez más ligustrinas. Un día el lombardo decidió no quejarse, y tomando rienda suelta de su recolección, decidió bajar al pueblo. Avistando a lo lejos una mansión apareció cantando en la puerta como juglar de trovador al cielo apuntando. Nadie supo luego del lombardo, aunque todos suponen que el canto inventó.


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