sábado, junio 7

Sr. Gruñón

Sr. Gruñón, desde la mayor de las inocencias le pregunto antes que nada ¿cuál sería el inconveniente al que se adosa el modo homónimo con el que usted ha de llamarse? Ya que de empezar a desparramar los detalles de su descargo no le encuentro más andanza que una gran bola de espejos en la cual se va multiplicando su figura en distintas caricaturas a las que tilda, a todas, de gruñón; además de tildarse y quedar perplejo frente al encuentro de ese rasgo que desgrana frente a toda la platea y la popular. Siguiendo la sinceridad de su recorrido lo invito a pensar en las mil maneras en que usted se animaría a intentar el anhelado cambio de tonalidad y luego preguntarle: ¿por qué quisiera cambiar?
Si bien uno se arma el protagónico de su opereta, y a veces queda a un costado como un árbol o un mayordomo berreta, la ficción –propia- que se crea alrededor de las palmas posteriores a la actuación, justo cuando caen las máscaras, los maquillajes, cuando el peso del terciopelo pone un punto a esa ficción, inmediatamente ahí empieza la otra. Hasta quizá más teatral todavía. Pero no es el caso, o sí. Sucede mi amigo que también me cuelgo por las ramas, y hasta se dice que disparo pal lado de los tomates, pero son cosas que se dicen, como se dice usted gruñón, y como se siente que el tema le late y le late. Como también se dice y se muestra y se demuestra enroscado e inculpado de cosas las cuales no puede manejar. Porque lo exceden, porque en los momentos en que las gateras se abren, uno queda solo con su pingo remilgón bufando por empezar a correr la coneja como un campeón. No es metáfora, pregúntele a Gardel si no. Pero es justo ese momento, aquella ráfaga de centésimas cayendo una encima de la otra, el que hace que uno se sincere con su soledad y haga de las mil maravillas creando un enigma que resuelva otro enigma, o tan sólo desviando el foco de la atención a lo que verdaderamente importa. Interróguese bien interrogado, no tanto el qué, no tanto subrogado. Que la ficción se parte justo en el lugar menos pensado.

Sr. Gruñón, yo le pregunto porque soy preguntón, que si en ese modo usted se reconoce ¿cuál hay?;



Atte. Sr. Gruñón

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