Diosa confluyes con el ir y
venir de mi mirar pierdéndose en las doscientas diócesis degeneradas de
deseosas dóciles dosis; dúctil dulzura dionisíaca que no desespera ni de sólo
desandar los desaires de ciertos desiertos, y el desenfreno del descanso, mereciendo
despacito que despierte tu mirar.
Desprendido prosigo atravesando
divertículos a decenares de lo más disonante, descendiendo cada vez más tarde de
aquellos destellos que daban distantes adivinanzas donde caricias hubo. Con dedicados
dedos delicados de satén desatabas deliciosa los cabos detumescientes de tus decentes días
dorando los míos, idos, distraídos como dicen los que dicen bien. Después, ¿importan
los despueses sin yacer? Que de haber sido otra cosa dejaría de ser; y mi
disparo, disímil por doquier se desmaya en el débil duelo de sendas miradas
nuestras desencontrando el deshoje con desdén de deseo desfondado, símbalos
silbando, melódicos recuerdos dóricos devolvidos del olvido como dendritas
adormiladas desenmascarando la difícil diligencia vociferante y dicharachera de
las huellas despedidas desde antes de ayer, para seguir chisporroteando.
¡Oh Dulcinea de las pampas! Tan
desinteresado en mi despojo hágome el notariado entre dustas desinencias en
desuso y demases datos que domestican mi hablar demodé, denso y un poco zonzo, y así
domeñadas hasta danzar. Desflorando idiosincrasia de cruzado, son diatribas
deslenguadas divisando la deuteromorfa desazón de idolatrar tu oceánica
divinidad de deliberante desfachatez que amilanan este dueto de disertantes,
dramaturgos de cotidiano divagar, deusa do meu amor endemoniada por demás en mi
después, en mi antes.
¡Oh, otra vez, deficiente
decidor que despierta a la vecindad destinando estas dobles desidias de dignas
delincuencias disimuladas por la deidad del tacto decidido de tu piel de
durazno con la almendra de mi voz! Y
desfilo, y desvisto, que no habrase visto la duda alguna de los que te dicen,
diosa, que si sigo hablando de vos, doy la vuelta seguro donde miradas devienen
otra vez decires y demases dientes que distes cada vez riendo.
Tú, desorientadora de desayunos
desperdigados donde daban las sombras del abedul en el jardín. Y desafiar,
diosa sonrojada desafiante y distinguida, desafiar descifrarte diosa,
desteñidos despojos de esperanza, efervescentes, que detentan detener la
dislexia de la historia de una espera demorando mi despertar desterrado desde
aquel pueblito despoblado, para aparecer después desnudos tras desayuno
desprovisto de todo doblez de cuidados hasta que migas y humanos hagamos uno.
Y de seguir debería describir,
o al menos definir, las distintas y cotidianas distracciones donde el encuentro
disfruta en derredor merodeando mediodías, diez, diez mil, diez millones de
diez mil veces de sentir que la diosa, dulce diosa dionisíaca preciosa de este
deferente decir, no disimula no sin dificultad, que la diosa está en ese mirar
de sonreir.