¡De
malo era el flaco Ferrovianti! Que pa qué te voy a contar. Era parco y encima
tenía unos modales pésimos, junto a su malhumor de siempre y sus peores
entrecruces con todos nosotros. Lo frecuentábamos en su cotidiana caminata, casi
litúrgica. Sagrado peregrinaje que acompañábamos hacia los más desaguisados
rincones de la ciudad bajo crueles consignas, tristes algunas, y muy pero muy
violentas las otras; así y todo estoy seguro que ninguno de nosotros se lo puso
a pensar jamás, pero me parece que se nos iba un poco la mano, uno atrás del
otro lanzando improperios de esos que hieren, siempre esperando respuesta y una defensa agresiva, obvio, ante la humillación que debería sentir todos los
días al salir de su casa. Pero siempre esperábamos, y siempre nos quedamos esperando...
Creo que no haría falta seguir en detalle la mortificación sistemática a la
que exponíamos al flaco. De familia laburadora, decía mi vieja cada vez que se
enteraba de un nuevo ataque, con gesto de madre aleccionadora, aunque nunca
entendí el porqué de su sentencia. El flaco se terminó mudando, y con eso
acabaron los agravios, mas no creo que haya pasado la humillación que sintió…pobre
flaco..
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No te guardes tus ocurrencias!