Allí
por donde surcaban montes la espesura de su mirar se apuró una lágrima a contar
la historia ende lo alto de un camino hizo de paciencia y perseverancia notas que
brillaron por lo bajo las hazañas de su amor.
Y
fue sin grandes matarifes, sin alusiones a guerras, ni mucho menos que menos a
una vida de trabajo duro y callado.
Pasó
que pasó, como pasa tantas otras veces, dentro de un valle poblado en
vegetación del más oscuro verde, con buenas ansias de prosperidad y con gente
de corazones enormes, de esos que asombraron a rolete al uropeo, allá por el
mil y vaya uno a saber cuántos.. ¡tanto se acobardaron al perseguirlos!
A
no ser por dos o tres almas sensibles, protagonistas de la ventura de su propia
historia, podría haber quedao trunca antes de ser oída con ganas por las
generaciones que vinieron a creer en que algo más podía hacerse en la calle de
la verde y espesa vegetación, como las lágrimas, como las yungas, y las
persecuciones a muerte por amor.
En
verano y con calor, cuando cruza el alazán impaciente los campos y los otros campos
sin siquiera echarle una ojeada al poblado dejado atrás, mejor que uno guarde
distancia, total no es más que peligro ajeno. Seguramente donde uno cree estar
a salvo se desatan las peores consecuencias.
Nada
puede hacerse cuando el Sol, severo y distante, autoritario, marca el paso del
caminante; ahí la arrastré a la Azucena, sin mucho tino y con mucha más
arrogancia, casi que la obligué a seguirme. Aunque por algo vino. Y la Azucena
se la bancó como dios manda, porque el único que la comanda es el dios de su
sed, y el de sus ganas. Es que ella era del campo, y hasta no haber alcanzado
sus propios pasos no sintió el entusiasmo del verdadero amor. Fue conmigo. Pa qué
voy a andar mintiendo, si yo también, ese día entre los girasoles la vi entera desnuda
y me dije pa mí mismo que era ella con quien yo iba a seguir todo lo que de
camino quedara.
no era potranca domable la Azucena, unas cuanta guitalleadas me llevó
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