Llegó
uno de esos días y dejó media copa llena de vino, unas tostadas y su queso azulmedioverdoso, olvidados sobre la mesa. Ese
fue el último día que lo vieron por ahí.
Aquélla
era noche de primavera en pleno junio, y alardeaba con sus ínfulas de
plenilunio a las tantas almas ensombrecidas por los vestigios que dejó el
verano unos meses atrás en las resolanas de los bailes compartidos, compases lejanos
ya. Los besos, desentendidos unos de los otros surgieron así como se sucedían
los días, desentendidos también. Con gallardía se avezaron en los recovecos del
cuarto. Aunque la búsqueda mostraba el anhelo de una complicidad momentánea, lo que dijo la realidad, el resto de la noche
y la mañana, no fue otra cosa más que una ilusión de sonrisas hecha carne de
intercambio. Con las asperezas necesarias, con los caballos cansados, ambos apacientan
su destino, poco conocido y tanto por conocer, de tantas veces que jugarán
lerdos en otros campos.
"...ilusión de sonrisas hecha carne de intercambio."
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