martes, enero 8

Próxima estación


Después de cabecear unos minutos, pocos pero necesarios, la luz gastada del cartel violeta gastado por los días de oficinas y secundarios me despierta de un sobresalto echándome a patadas de la última formación, del último vagón, del último eslabón, de la última siesta. En diez estaciones, tres entrecruces de miradas auguraron los más lindos amores, eternos y fantásticos, mientras el viaje duró, claro. Todo para terminar cruzando contento y a lo ancho el parque que espera apacible la salida de cada personita minúscula a través de esa bocota enorme que se abre desde el fondo del asfalto. Emilio Mitre reza su nombre, al igual que ayer, igual que siempre. Raras veces me quedé más de lo necesario a la espera de un próximo tintinear del cartel ya más gastado que antes. Y si no es habitual que me detenga viendo el tren que se fue, solo, es porque nunca pasa lo que hoy sí. Justo abajo del cartel encontré a Antonio, linyera por vocación, vagabundo por convicción. Hablando pausado como hombre de montaña me contó en tres minutos largos parte de su vida y devoción por la literatura.

Venido desde España allá por las épocas en que no era nada fácil pensar y mucho menos decir, me habló de un amigo suyo, poeta de antaño, mostrándome algo que parecía ser una sonrisa por entre la sabia barba que cargaba. Del bolsillo de su saco comido por el paso de las estaciones, sacó un papel amarillento y algo arrugado que extendió gentil hasta mis manos como la última hoja de marzo que cae, en donde manuscritas descansaban las letras de aquél amigo atesorado de la infancia. Luego del obsequio, nos despedimos con la promesa de volvernos a cruzar para intercambiar más letras, o quizá más promesas, o quizá… 
..con la magia del final de este nuevo viaje y con un hálito fresquito en pleno enero, me arrojo a la caminata cotidiana por el parque con inusitada alegría y color, leyendo.. 

Sintomatología: principio de Invierno. 
De Invierno con mayúsculas, 
de lo que parece ser un otoño que se fue. 
Un otoño dulce, muy dulce.

Un Otoño por cuyas venas corría el torrente
de un renacer inconmensurable. 
La mirada inocente de los niños, 
las palabras calladas de los ancianos.

Las carcajadas que echan al fuego 
ante las cervezas los amigos, 
la sonrisa cómplice de la conciencia
de los nostálgicos en el andén, 
las dagas de los amantes 
frente a dos copas en el edén.

En Compostela las gaviotas dejaron las huellas
y huyeron marcaron el éxodo
-cual paloma va en búsqueda de la libertad-
dejando la imprenta de la tristeza lejos, muy lejos.

Para ir a donde está prohibido pensar. Allí no vale todo, solo sentir. 

1 comentario:

  1. vivido relato cuando uno puede sentir la bocanada de aire fresco que se describe en pleno enero

    ResponderEliminar

No te guardes tus ocurrencias!