domingo, octubre 7

corridas

Se leía en un cartel de ocasión por algún recoveco del alto: “Mañana gran corrida de toros”. Y es que aquí también sucede: la sangre torera, la dominguera gana del hundimiento en resacas y olvidos. Para todo evento existe un antes. Para este también. Al toro lo hicieron tosco, casi humano. En una zanja de las afueras le crecieron las bolas, pesadas. Lo pasaron a buscar una tarde en uno de esos camiones que simulan los subtes colmados, o los embotellamientos. Le dieron una entrada dopada; primera, segunda y todo arrancaba nuevamente; como cada domingo, como cada lado b del folklore. El toro se las veía venir mientras el conductor sacaba el brazo rancio por la ventanilla, miraba alguna que otra damisela pasar y levantaba la nalga dándole salida a la flatulencia. No es ningún estereotipo; son algunas de lasverdades universales bolivianas. Que existen. Y se reproducen como aquellos pedos de pollo frito. Seis o siete cuadras quedaban antes de la llegada al sitio donde el toro correría con su sangre. Todo se disponía rutínicamente; la gente en las gradas esperando la mueca de diversión; el pibe de los boletos ganándose el mango; los toreros sudando la gota gorda, soñando con grandes ovaciones, grandeza; la condena del éxito. Cuando el camión se acercaba a las inmediaciones, un giro inesperado y el toro tomando carrera corre por el pasillo embistiendo cornudamente al conductor, atravesando el hierro de las paredes, el asiento, las propias entrañas del maquinista. Conmoción en el alto; los que andaban al paso vieron aquel cuerno hiriente y aguerrido, como un grito de liberación partir la complexión del conductor. Luego la sangre, los gritos, el volantazo y a la banquina. Rojo el vidrio, roja la muerte. Mientras se oían sollozos una turba enardecida corre hacia el camión con cuchillos, machetes y otros juguetes rabiosos para aniquilar al animal, para vengar al maniobrante que para ese entonces yacía sobre el volante chorreado, para complacer su domingo incompleto. Se aproximan, están cerca. Y cuando mil ceños estaban por darle injusticia al asunto, el toro abre los ojos, despliega unas alas multicolores y huye volando por los cielos, ante la mirada atónita de los vendedores de chicharrón, y de toda esa mala junta.

2 comentarios:

  1. Ala Paquito!! este es de lus mio!! oleee

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  2. jajaja "manolo de bernal" irrepetible,
    ala paquito, ala!!

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