Parece que también se hizo necesario que se paren
las rotativas y dejaran de imprimir por algunos segundos. Se perdían los
papeles, las letras, unas encima de las otras rogaban por detener esa composición de huellas sobre huellas sobre
huellas haciendo huellas y más huellas, ilegibles de por sí, embaucadas en
lograrse letras de un texto nítido del cual nada sabía ya que querrá decir. La
primera impresión es la que cuenta; cuenta uno, dos, tres, cuatro letras; la
segunda impresión repite la primera: uno, dos, tres, cuatro letras; y así
seguir sin obnubilar su norte hasta lograr tantas versiones como sean necesarias,
antes de volver a contar. Cualquiera podrá decir, a primera vista, que lo
ilegible de la impresión, le-tra-yux-tapues-ta-u-naen-ci-ma-dela-o-trá, bastará
para rearmarse de valor, reparar la falla y rehacer la impresión.
Pero no.
La cuenta ya empezó: uno, dos, tres, cuatro letras.
Cuenta, aunque ya no vuelva a ser la misma.
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