viernes, junio 7

contador

Parece que también se hizo necesario que se paren las rotativas y dejaran de imprimir por algunos segundos. Se perdían los papeles, las letras, unas encima de las otras rogaban por detener esa composición de huellas sobre huellas sobre huellas haciendo huellas y más huellas, ilegibles de por sí, embaucadas en lograrse letras de un texto nítido del cual nada sabía ya que querrá decir. La primera impresión es la que cuenta; cuenta uno, dos, tres, cuatro letras; la segunda impresión repite la primera: uno, dos, tres, cuatro letras; y así seguir sin obnubilar su norte hasta lograr tantas versiones como sean necesarias, antes de volver a contar. Cualquiera podrá decir, a primera vista, que lo ilegible de la impresión, le-tra-yux-tapues-ta-u-naen-ci-ma-dela-o-trá, bastará para rearmarse de valor, reparar la falla y rehacer la impresión.
Pero no.
La cuenta ya empezó: uno, dos, tres, cuatro letras. 
Cuenta, aunque ya no vuelva a ser la misma.

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