Se
armó así. Sin saber por qué, ni cómo ni dónde, ni lo que en algún lugar todavía
quedara para hurgar de una vida, por ahí, y que sea como si nada hubiera
ocurrido y como si todo hubiera, por fin, pasado. Lo sentí como hubiese sentido
un golpe propio, como si algo de todo eso hubiese estado desde el vamos en la
historia que aún se sigue contando los días en que el silencio hace arrullo un pensar, obligando a los cuatro ojos que no ven sino puntos fijos en la
pared, o algún retrato donde seguramente podría haber salido mejor; se arma así la historia que se cuentan los
contadores de historias cuando cuentan cuanta historia se les viene al marulo,
como cuencas de un adusto ábaco olvidado en un cajón. Tanto barullo que hasta los
más ensoñados se prenden de una oreja al relato mientras desconfían de la poca
veracidad de los hechos. Tan poca pero tan fuerte como la ilusión que no se
rompe de un perro yendo a buscar su hueso al fondo del patio, tanto o más
olvidado que el ábaco en el fondo del cajón.
Y lo
que importan son aquéllos, que quedan olvidados tras un puñado de personajes disímiles,
cargando las cruces de los arrepentimientos del autor; o hasta quizás de sus
glorias, y sus tristes recuerdos que por propia y ajena y sensata salud almidonó
hasta hacerla cantar las coplas de otros encuentros, descalabrados, descomprimidos,
haciendo sus propios desperfectos hasta lograr contar que sólo fue una historia
más.
Se
agranda el anecdotario cada vez que se ensancha el río, hasta caer de culo, tentado
en el suelo como un preescolar cargando de sueños y de libre albedrío a sus
sueños que sólo son su realidad. Pero jamás pensando en que su historia se
armará con eso y esto y aquello, sino que sabe a ciencia cierta, que no será por
demás un poco más aburrido de lo que se imagina.
poco le importa
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