jueves, diciembre 29

de chiquilines revoltosos

Fue catalogado como un delincuente durante gran parte de su infantil vida, apenas si sabía atarse los cordones, aunque dudábamos que no lo supiera. No era difícil percibir cuándo andaba en la logística de algún plan malevo, malandrín de esos que hacen saltar hasta al más despabilado. Lo que sí resultaba imposible era el momento de hacer caer sobre él lo crudo y pesado de la ley. Siempre su indemnidad hacía gritos de presencia, siempre resultando tan inocente como nunca. Era así, una rara habilidad para pasar desapercibido en las circunstancias más adversas y extremas. ¡Hasta loas recibía! Entre el respeto y el temor, unos pocos; otros sólo mantenían cauta distancia, pero nadie podía ignorarlo. De todas formas, sólo era ese temor que no pasa de mayores. Esto mantenía estable las relaciones de todos, sin duda alguna, permitiendo que todas las fechorías se acuñaran sin víctimas ni agresiones físicas, ni incluso verbales. Recuerdo que buscaban siempre tan sólo una aprobación y una risa. No más. ¡De verdad, eh! No hacía falta más que una risa cómplice para colaborar con su actividad. Hoy, a la distancia, me es inevitable sonreír y preguntarme qué será de él, pero no viene al caso. Imagino que está haciendo reír a otros, por ahí, tampoco puedo asegurarlo. Quizá su delincuencia sea hoy harta verdad.
Hubo un día en el que todo pareció cambiar. Es casi imposible reconstruir con datos precisos, tan difícil que era seguirle el tranco y más aún anticipársele. Aunque suene chistoso, siempre jugábamos a ver quién le ganaba de mano. Ojo, sólo entre nosotros, que si se llegaba a enterar...

1 comentario:

  1. sonará trillado, pero no puedo dejar de imaginármelo con un tajo de unos 6 buenos centímetros en el pómulo izquierdo; arqueándose cada vez que sonreía

    ResponderEliminar

No te guardes tus ocurrencias!