Diste en el clavo justo a tiempo; ya no golpeabas las mesas de las tabernas con vasos malolientes ni fue la lengua la maldita excusa. Tu crisol de razas encajó la pieza perdida de un infinito rompecabezas en donde te viste melancólico pero risueño, perdido pero encontrado, lejos pero entre abrazos.
¡Genovés que bien te ves!
Después vendrían danzas que no fueron tarantelas, malevos en las esquinas y un catálogo de hijos bastardos: haciendo patria, sin dejar pasa un minuto, con un ojo en la nuca y el otro bien alto, en la frente.
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