domingo, enero 1

un primero

Pasó entonces Jacinto Teodocio con su bajo silbar y su melena rumiante sin dar cuenta de nada de lo que a su alrededor ocurría. Pasó un primero de enero, de día; de esos días después de la noche anterior; y se sentía renovado. ¿Por lo nuevo? Lo dudo. ¿Por aquello que se fue? También. Quizá porque siempre fue algo tímido, y entonces nunca lo sabremos, pero sabemos que pasó; y que aquel año no había comenzado como algunos otros; pero había comenzado y entre tanto pero se paró de manos frente a la avenida y gritó tan fuerte como sus amígdalas lo permitieron.

Gritó por ese, su momento; y por aquellos momentos en donde el grito acaece y guarda rencor. Se sacó la espina de pescado rancio y se puso una nuevita, flameante; como el flan que la nona había hecho de postre en esa longa mesa sin tiempos ni preludios.

Como un escarbadientes.
Como dos escarbadientes.
Como escarbar entre los dientes.
Como penetrar en los dientes escarbando.

Así pasó entonces con Jacinto Teodocio y su bajo silbar por la avenida vacía; gritando a mas no poder, celebrándolo.

Tenía una mamúa para compartir bondadosamente…

Un petardo explota a unos metros de su integridad. Jacinto se asusta y aprieta los dientes. Ceden los escarbadientes partiéndose en su boca.

Rompe Jacinto en mil risas haciendo tentar a dos señoras barriales deambulantes que pasaban por allí.

Las risas se funden en otro de esos inconfundibles sucesos espontáneos de un primero de enero en la ciudad.

Y yo no sé si todo vale, pero que se apuesta, se apuesta.


1 comentario:

  1. Es el grito que se suelta con la risa del intento; que intento fallido, que fracaso, que váyase a dormir a la plaza, panza arriba y al sol de ese primero de enero que no titubeó en dejarle marcado a Jacinto los cinco dedos de la integridad de su frente. De cara a los hechos, no dejó ni su silbar de cello, ni su reir ensoledado; con aroma a vainilla su tabaco, rió y se jactó de que gracias a todo esto puede decir de su experiencia y siempre aprender de su pasado.

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