sábado, enero 28

fechorías

Justo cuando disparó contra no se quién fue que el agua de los floreros se pudrió. Aunque no se por qué es que siempre mencionan eso si todos bien sabemos que lo que se pudren son las flores. ¿o no? La cosa era que le topeteó el sombrero mientras mangullaba una sandía de temporada, y dos buques volando por su cofradía silenciosa hicieron que pegara un grito padre, de esos que uno no puede hacerse el distraído. Se pasó de azafrán, claro, y entonces vió que podía unirse a la marina, o a dos marinas o a todas las marinas que pudiera, solo así iba a ser él libre, él, un hombre incompleto, de poder zurcar las corrientes frías del océano que se secó por los pesticidas embrionarios. No quieran meterse con esos mi diós… Corrió tan fuerte como le dieron los muslos , le chorreaba el desodorante de bazar, la barba húmedecida le hizo de turbante cuando zigzagueó en los pasillos dorados del Sahara, o de cualquier otro desierto, o algún bosquecito lleno de maleza y turba. Vió la luz entre dos árboles y lagartijas aleteaban sus lenguas incesantemente como pidiéndole que se acercara mientras él seguía corriendo. Luego cortó por lo sano y se sacó los anteojos revoleándolos por sobre la mesita de luz y para cuando luminosidad hubo por las rendijas de las persianas, saltó como renacuajo de la cama no entendiendo la situación. Sudó, se preocupó y tosió fuerte y roncamente. Luego vió aquel vaso en el piso con los hielos intactos de la noche anterior; y se quedó más tranquilo y nosotros nunca sabremos por que, porque él tampoco nunca lo supo.

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