jueves, mayo 24

Irma y la tormenta

Como todas las medias noches aprovechaba el silencio, la calma y la severidad de la madrugada para emprolijar y limpiar los bártulos de la cocina que habían sido usados durante el día. Irma tenía la costumbre de no usar detergente común y toda clase de productos odorizados para hacer más agradable su tarea y disfrutar del contacto con sus platos. Sus dedos, preocupados y en soledad, no respondían en diálogo con su gesto sonriente y agraciado, pero el crepitar de sus labios lo decían todo. Hacía ya unos meses que a Irma no la visitaba el placer de una charla compañera; y más todavía desde la última vez que sintió por todo el cuerpo la vivacidad, el candor, la potencia y el éxtasis de una buena carcajada. A Irma esto no le importaba demasiado. Ella cocinaba con maestría, preparaba verdaderos manjares y su simpatía combinaba con su paladar; adornaba su casa, cambiaba los muebles de sitio cada tres días; enviaba cartas a correo de lectores de gran cantidad de revistas; se dedicaba a ella y a nadie más. 


Irma venía de una gran familia de excelentes médicos, deportistas y políticos, aunque perfil bajo, su familia mantenía la fama y las loas de sus logros en el más sensible anonimato. Su trato fue siempre cordial, algo distante por momentos, por lo menos con sus más cercanos. Tenía un sobrino. Diez años de maldad inocentada aplacaban a cualquier pedagogo, incluso a los magos. Con Irma no. Con ella tenía una cercanía distinta, como con nadie. Guille para ella, pero le decía Nepo. Con Nepo tenía una debilidad y era que a él le encantaba que le preparase caramelo con menta. Rara habilidad que tenía de aromatizar el caramelo antes de cocinarlo. A Guille le gustaba, pero no iba seguido. Seguramente no lo dejaban frecuentar aquella casa extraña donde las cosas que pasaban asombraban hasta el más distraído feligrés. Seguramente le tenían prohibida la visita a esa casa, pero son sólo rumores que se cuentan al pasar. 

La última visita de Nepo fue hará cosa de un mes atrás, y de ahí en más sólo el recuerdo es borroso. 

Como en toda familia de gente exitosa donde el estatus social alcanzado dista mucho de lo esperado, ahí cuando siempre se quiere estar un poco más allá, hay un resto que sobra; hay una que dice la verdad. 

Irma limpiaba, pero no hablaba. Cantaba sin mirar y nunca estaba sola, a veces hasta escuchaba los latidos de su corazón resonando por toda la casa, como latigazos. En un único concierto escuchó el eco de uno de ellos, y le bastó para no enterarse lo que pasó. Había terminado su rutina aséptica casi al son del alba, pero no tenía sueño. De hecho, tampoco lo sabía. Como una autómata alcanzó el azúcar, la sartén de cobre y sin dudarlo cortó tres hojitas de su planta en lugar de cuatro como le era costumbre. Para ese momento el tum tum resonaba solo, desde adentro de la pared. Irma atinó nada más que a seguir abriendo la llave del gas, hasta que todo se bañó con un triste olor a menta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No te guardes tus ocurrencias!