martes, mayo 29

Zarandea la Azucena


Azucena beligeraba con su cadera
aunque de coté se le marcaba el bombachón.
La muy morena no tenía empacho
en que los lobeznos asecharan su carrera.
Y fue así como entre su sonrisa de dientes prominentes
y su zarandeo de princesa en la arena
la Azucena secuestró aquellas babas
que la envolvían de frente.
Los cuates embravecían al ronroneo de la mulata
se jactaban entre naifes, con salvajes miradas y peores ansias.
Pero esas caderas resistían cualquier embate.
Naides sabía con qué se irían a encontrar en combate, 
que a fin de cuentas mucho respetaban su audacia.
¡Y no se le animaban, eh!
Un día la Azucena, impávida y despreocupada de por sí
quedó algo aturrullada en su gracia
cuando, por entre la muchachada, el Seferino aparició.
Al cogote él le llegaba
incluso estando sentada,
que sin armas ni artilugios viles,
tan sólo con propuesta algo atolondrada
la beligerante Azucena, 
firmó su rendición. 

1 comentario:

  1. Escapao mi he ido alguna vez, dentre ranchos y arroyos escondidos mas nunca jue por una mujer. He tenido la fortaleza de ser hombre temido, mas nunca por una mujer. Ande voy aún no se, seguro viraré, sin la otra cosa que lolvido, y mi poncho, rojinegro, de alpaca él, pa caer sin frío y sin permiso, dende siempre haiga una mujer.

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