jueves, septiembre 27

Próxima ronda

 El encuentro a la hora pactada y donde siempre. Colgué el auricular con media sonrisa entre malvada y amiga sin imaginarme en aquel momento cuáles son las cumbres que se alcanzan con poder. Tampoco fantaseaba con alcanzarlo. Y así y todo, las cosas no fueron las esperadas. 

—Un moscato por favor.
—¿No lo empujás con nada?
—Dame una frita de carne— y sin mirarlo, como cualquier habitué— ¿qué te pido?
—Pedime lo mismo, ¡que hoy la rompemos!
—Sirvansé señores.
—Muchas gracias— al unísono.

De camino al mostrador, ya con sus vasos dispuestos, vieron atravesar el salón a uno de esos provenzales, con más perejil que ajo; con más ajo que facha; con más facha que labia. En fin, mirándose algo cómplices lo dejaron huir de la pizzería sin franquearle el paso. Total, la avenida de las luces carnívoras iba a encargarse de él.
Nos adentramos en la masa como jíbaros pero disfrutando, y entre el vino que subía rápido arreglamos el mundo. Tan así fue que, sin un peso para partir, craneamos la locura.
Hay veces que la situación apremia y te aprieta tanto que te obliga a la salida fácil. No por justificar nada de lo que hicimos. Tampoco sé si lo volvería a hacer.

—Seguíme Negro. ¿Ves el punto aquél?
—Sí, es el gil que salió recién.
—Vamos a seguirlo que su billetera es nuestra.
—Pero mirá Gordo, te pare..
—Vos seguíme.

Preso del momento le marcamos el paso por Corrientes a contramano del tránsito. Había que aprovechar la bolada. El zorro mangando unas porciones en frente y la calle yacía en calma y abandonada por la hora. Sin acercarnos demasiado nos quedamos ajustando los tiempos detrás del quía, esperando el semáforo y el atraco. La técnica era muy sencilla, telequinesis. 

—¿Qué?
—Mirá— y con magistral concentración le hizo saltar la billetera del bolsillo de atrás del vaquero. Se ve que era nuevo, hasta parecía lustrado.
—¡Vamo y vamo! — La billetera y su contenido eran nuestras.

Por lo que veíamos desde esos seis o siete metros que nos separaban del benefactor, ahí adentro había un par de noches de despilfarre para nosotros. Como un toro embravecido y disimulo de campeón pisé el tesoro, directo a coronar el podio. No podría haber sido de otra forma. Con todas las circunstancias alineadas y nuestra valentía al límite escuchamos desde ultramar una voz que sentenció —Muchachos, devuélvansela—. Desde su puesto de diarios, aquella barba parlante y blanca había visto todo. ¡¿Y qué íbamos a hacer?! Lo chistamos hasta que se dio vuelta. —Che, perejil, se te cayó esto. Zafaste que la encontramos nosotros, la próxima si no…

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No te guardes tus ocurrencias!