Manuel
tuvo la astuta ilusión de pensar en todos los lindos momentos que estarían por
llevarle un poco más de alegría a la pesadumbre que lo acompañaba hacía largas semanas.
Mientras tanto él pensaba; y pensaba en cosas raras. Pensaba en cambiar su
historia por otra; pensaba en mudarse de pueblo a alguno vecino, o a alguno
lejano donde no conocieran de su amor que tanto bolero mistón le costó
alcanzarlo. Siempre le pasaba lo mismo. Que para qué vas a viajar hasta allá,
si no ves que no hay ni el loro; qué vas a ir a hacer, si las posibilidades son
nulas; y bla bla bla; y Manuel como mula. Él, empecinado como quinceañoso denso
en búsqueda de su propia voz.
Así fue como Manuel consiguió lo
que tanto buscaba.
Con
el calor asomando fresco tras los álamos y la luz escamoteándole penas entre
el pedregal, las emociones cruzadas atosigaron su calma hasta hacerlo cantar una
baguala. Entonó consternando el gesto con sus labios, y al momento apuró
a salir de su alma un llanto apagado, aquél atardecer llameante de cándido
pesar. A todo esto Manuel lagrimeó como nunca lo había hecho, como loco, como
loco lagrimeando largo y sincero; como alma que despierta entre jolgorios de
esplendores que pasaron; como siempre quiso hacerlo. Ese mismo día, ya
oscurecido, ya no siendo el mismo, Manuel despertó de un atolondrado descanso,
y lo que hizo, fue empezar a soñar.
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