martes, septiembre 11

un amante


          Manuel tuvo la astuta ilusión de pensar en todos los lindos momentos que estarían por llevarle un poco más de alegría a la pesadumbre que lo acompañaba hacía largas semanas. Mientras tanto él pensaba; y pensaba en cosas raras. Pensaba en cambiar su historia por otra; pensaba en mudarse de pueblo a alguno vecino, o a alguno lejano donde no conocieran de su amor que tanto bolero mistón le costó alcanzarlo. Siempre le pasaba lo mismo. Que para qué vas a viajar hasta allá, si no ves que no hay ni el loro; qué vas a ir a hacer, si las posibilidades son nulas; y bla bla bla; y Manuel como mula. Él, empecinado como quinceañoso denso en búsqueda de su propia voz.

Así fue como Manuel consiguió lo que tanto buscaba.

Con el calor asomando fresco tras los álamos y la luz escamoteándole penas entre el pedregal, las emociones cruzadas atosigaron su calma hasta hacerlo cantar una baguala. Entonó consternando el gesto con sus labios, y al momento apuró a salir de su alma un llanto apagado, aquél atardecer llameante de cándido pesar. A todo esto Manuel lagrimeó como nunca lo había hecho, como loco, como loco lagrimeando largo y sincero; como alma que despierta entre jolgorios de esplendores que pasaron; como siempre quiso hacerlo. Ese mismo día, ya oscurecido, ya no siendo el mismo, Manuel despertó de un atolondrado descanso, y lo que hizo, fue empezar a soñar.

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