sábado, marzo 31
gilastruna
viernes, marzo 30
las bases
miércoles, marzo 28
cantando
lunes, marzo 26
anacaona
Corrían años de conquista itinerante por las Américas. Allá por un mil cuatrocientos y pico, nacía Anacaona, india de raza cautiva. Si: Anacaona, de la región primitiva, y nadie sabe si hubo sol ese día o que. Lo que sí se supo es que Anacaona fue Tanía. Ta qué? La tribu Tanía de la isla la Española en algún rinconcito del Caribe! (dijo un Arahuaco en la Sudamérica queriéndose explicar). Anacanoa se iba por encima de la cintura; sandunguera ella. Musa primera, tan bella que aún hoy lo sigue siendo. Cristobalito y sus amigos rondaban por allí en esos tiempos, acechando a las féminas; motivo que desató la vehemencia de esta muchachita quien se despachó en estruendos. Quería su respeto, no sus piropos. Algunas lenguas entre son y tambores cuentan de un tal Nicolás Ovando: ambicioso y desalmado en su afán por controlar la resistencia, siempre tozuda y floreciente. El muy truhán la mandó a la hoguera; pública y despiadadamente. En la lengua de los Taníos Anacanoa significaba `flor de oro`. Y ella brilló en llamas, sandunguera, para hacerse canción.
un señor llamado Marcus
Fue el día que sentí que había vivido. En la tercera mesa, columna al frente un poquito de coté, güisqui en mano y ellos tres en el escenario. Conocía a uno de los tres de otro lado, y de algún que otro audio que había llegado discreto a mi bandeja. Así fue que lo vi entrar al local con su amable acento bahiano y una rutilante sonrisa de carnaval. Hacían ya casi siete meses que había abierto la librería allá por Viamonte casi Suipacha, con un vaivén de curiosos interminables que anochecían buscando la historia de sus vidas. De modesto escaparate acunaba las leyendas más lindas, aunque no tan solicitadas de Buenos Aires. Una rara colección que fui armando con traducciones caseras de algunas obras de vanguardia y otras que se vendían más fácil, pero bueno había que comer, vio? Las veces que entraron preguntando por esas ediciones son contadas e incluso hasta medio forzadas por el vendedor, o sea quien les habla. No fueron muchos, a fin de cuentas esos libros terminaron en buenas manos, siendo unas de las joyitas que tengo hoy en mi biblioteca. Uno de esos clientes preguntones fue un señor vestido con mirada de verano y modesto semblante de artista. En su tono extranjero había más amistad que lejanía, y en un español claro y saltarín me preguntó por unas cartas de Rimbaud. Le fui mostrando lo que quedaba exhibido, aunque también saqué del cofre los que a cualquier cliente no ofrecía. Así entre charla y opinión entusiasta se quedó un rato largo, como se quedan los amigos cuando pasan con un tiempito y se toman un café. Claro que le ofrecí uno al no tan pibe y compinche visitador, pero no quizo, era muy temprano para esas cosas, aunque me aceptó contento uno de esos tan compañeros y caminadores juancitos. Sencillo en su decir de poeta y fraterno conversador me convidó con un libro que traía en su bolsito, tejido a mano seguramente por alguna abuela que se daba mucha maña para esas cosas. El libro me llamó la atención. En la tapa no tenía más que unos verdes medio desprolijos, y en su adentro unas cuantas poesías escritas a mano firme y despatarrada. Lo más emocionante fue el gesto de extenderlo por sobre el mostrador y decir pra voce al unísono; y con canto fresco me ofreció ir a escucharlo por la noche con su grupo a un bodegón del centro porteño. No sé si lo viví o sentí o creí que había vivido, la cosa es que estaba sentado en la tercera mesa, columna al frente un poquito de coté, güisqui en mano y ellos tres en el escenario, y cuando se presentó dedicándole el concierto a um grande amigo, mencionó mi nombre saludándome desde la tabla y arrancaron a tocar.
martes, marzo 20
en donde pase la luz, eso mismo
una ventana, por favor
domingo, marzo 18
en el barrio Tamoré
jueves, marzo 15
margaritas
Iba a ser historia de pispireta loca, de gurisa salida del catre hacia nuevos vientos libertarios. Iba a tenerlo todo: un gran escape, un mejor postor y una ridícula vida alejada de las sobriedades que el destino tenía para ofrecerle y que ella, poco a poco se negaba a creer. Tanto así que uno de esos descreidísimos días, en la intentona para que nadie más interceda en su pasar, cazó el teléfono y chamuyó profundo a su hermanita, con un montón de jugarretas caseras y baratas, como los resfriados de abril. Iba a ser historia de guarra esquina, de un espíritu con tres mil cañonazos encima, ninguna improvisada. Si hasta dejó de ser habitué en el barcito donde siempre, ¡eso debió haberle costado! Ni rastros de sus floreados vestidos, ni esos dos hielos y medio para su ginebra, que alocada pedía, ante los embates de un cantinero moribundo que con voz trémula le decía “piba, el medio hielo te lo voy a hacer cortar a vos..”. Iba a ser todo eso y mucho más.
Ahora, la historia, el destino, la palabra y la cosa, dirán que pudo haber sido todo eso y le pondrán un pero; gigante. Aún así, no estamos aquí para embrutecer al lector con las más despiadadas y desopilantes historias que pudieron haber sido y que no lo fueron jamás. No al menos esta vez. No al menos con la historia de Margarita “la liendre” Suárez, quien tuvo ganas de ser protagonista de su historia de pispireta loca, de gurisa salida del catre hacia nuevos vientos libertarios. Y quien no solo tuvo ganas, sino que un buen día se puso sus sandalias y partió. Y todos en el barrio anonadados se miraban entre sí, esperando esa historia que inexorablemente no tenía que ser, y que no encontró ningún pero en el camino como para no hacerse carne.
Una vez hace ya muchos años, me contaron que había historias de exiliados y exiliados de historias. También está la historia de los que quieren. Esta me la contó la misma Margarita, veintipico de años después, en el mismo barsucho, con una peluca negra y una queja por lo bajo. Se estaba tomando una ginebra. Con dos hielos. Y nada más.
lunes, marzo 12
clin! carta
viernes, marzo 9
correspondencia
viernes, marzo 2
otoño de enero
A todos pidió perdón hoy por haber soltado lágrimas de esas que no cuajan de sólo tropezar con el aire, tampoco gustan. Uno se interesa por saber, se preocupa, pero de verdad, de verdad, es lo que menos importa. Importa que soltó una lágrima de esas que no se llaman más que a sí mismas y que otra cosa no significan. Pasó que atrás de ese llanto no quedaba más que nada; y pasó que pasó, como todo lo que pasa, se va y no vuelve.