jueves, julio 19

No sería el momento

La segunda vez que nos conocimos fue la única que duró más que el resto. 
Me presento, soy yo, le digo al instante que me devuelve una sonrisa y dos hoyuelitos entre simpáticos y carnales. Y así empezó todo entre nosotros. 
Recuerdo que la doblaba en edad, aunque algo lograba ella para que eso no se supiese. Igual es probable que sólo esté exagerando. 
La vi jugando con un cisne de papel mientras distendía su tarde hojeando revistas de diseño y modas, y con la misma gracia del cisne pispiaba a un costado y al otro con misterioso disimulo, a quien desinteresadamente buscaba un libro sin buscarlo. 
Por su voz supe saber que se llamaba Gné, que no le gustaba leer, y que en su mirada extranjera había una linda historia para contar. O dos. Es probable también que su nombre no fuese igual al que escuché.
Recuerdo un lugar sobre la costa del Peloponeso, donde ya nos habíamos cruzado una vez, mágica, desenfrenada y animal. Ahí me llevó estrepitosamente y sin dudarlo mi imaginación mientras hacía el tiempo suficiente y pensaba la mejor excusa para charlar un rato con ella. 
No voy a permitir perderme en los detalles y omitir contar qué fue lo que sucedió en realidad. Muchas veces lo imprevisto hace presente una historia completa en un momento, o por lo menos a completar. Muchas otras terminan siendo parte de un capítulo de la vida de un instante, y a veces sólo llega a ser un rumor de algo que pudo haber sido. 
¿Antes dije que fue magia? Sí, difícil recordarlo de otra forma. Toda la frescura de la fantasía y esas cosas que me pierden. Me río solo y admito que ya me estoy poniendo sentimental... ¡Pobre, ¿algo más?! 
Lo primero que nos dimos fue un beso, de aquéllos que no se olvidan, como si hubiese sido el último; después nos presentamos otra vez y la invité a tomar algo. Tal vez ésta sea la parte más cronológica del relato, pero no es sino como se fue dando sola la historia. 
Cerquita había un bar que ya lo tenía en vista. Lindo el lugar y muy agradable. No podría precisar con certeza cuándo había estado en el pasado por ahí, pero sentía que era la mejor opción. Me encanta conseguir una mesa libre en la vereda, me dije por lo bajo mientras ella sin quererlo lo escuchó sonriendo cómplice. Sobre todo cuando la gente camina por ahí y saluda fugaz y al pasar a dos que conversan, para perderse después por entre los adoquines gastados de pies. Obvio que seguía siendo todo una gran excusa para ver qué historia contar luego. Le hablé un poco de mí, otro poco de ella. ¡Qué linda sos! Y aunque lo supiese no tardé en recordárselo con otro beso, y la misma sonrisa de su presentación me regaló. Para más dulzura dejó escapar algo parecido a la tristeza de una mirada cansada de escapar, vaya uno a saber de dónde. No sé si ella lo habrá notado también, pero no medió segundo y me abrazó, fuerte, como quien busca refugio y la calidez de un abrazo sincero. Me contaron que sí, que se dio cuenta y que en su timidez me regaló un momento de sí misma. Dijeron también que la otra tarde la vieron de sombrero, valija y una lágrima.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

No te guardes tus ocurrencias!