lunes, septiembre 10

Era una voz que se fue


Dispénseme usted, porque hoy le vengo a ofrecer un pequeño chismerío de barrio, como los que Doña Amalia le contaba a la Graciela sobre el marido de la otra, ay cómo se llamaba..no me acuerdo…no importa, el caso es que cada vez que abría la boca, un marido iba a degüello casi sin compasión, aunque sólo lo hacía por el calor que a ella misma le despertaba. El marido de la otra, claro. Pero no es lo que me interesa hacerle saber.  Lo molesto simplemente con estos entredichos para contarle que en el día de anteayer, cerquita de las once de la mañana ya con el sol severo arrinconando muebles y telarañas por todos lados, el timbre sonó. Y sonó fuerte. Dos veces, hasta tres. Ni me preocupé por la impaciencia que denotaba la aspereza de esa mano inquieta y no precisamente con ganas de conversar. En un segundo me imaginé las diez fatalidades de todos los tiempos; en otro comprendí que del otro lado de la puerta nada habría esperándome salvo dos o tres pajaritos posados sobre el timbre, aleteando y cantando mientras la chicharra indefensa despertaba al trasnochado que todavía sigue manso en su lecho remolón; también hubo alocados recuerdos, deseos de volver a ver, y todo eso que vuelve sin que uno lo llame. Me alineé como pude y abrí, sin preguntar abrí, sin dar tiempo a arrepentirse, abrí y del otro lado no había nadie. No había voces ni sombras, ni pequeñines rajando después de su fechoría. Entre confuso y desorientado volví a entrar cerrando despacio para no despertar ni a la mínima planta. Ring cortito. Abro intempestivamente..y nada che...

2 comentarios:

  1. "Al rato largo llamaron a la puerta con autoridá, un golpe y una voz. En seguida un silencio general, una pechada poderosa a la puerta y el hombre estaba adentro. El hombre era parecido a la voz."

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