La tana se mandó unas lentejas como las que hacía la abuela,
como las que hacía la nona en esos días de invierno y mediodía, con el pancito
caliente y algunos condimentos que habría que cortarle las manos o el pelo para
que los desembuche. Luego no preguntamos más, creo que preferimos ese misterio
de antaño. Lo preferimos y en buena fé; para que ahora, como veinte años
después, podamos seguir saboreándola en recovecos y momentos inesperados,
siempre bienvenidos.
piccolino, mangia che te fa bene!
ResponderEliminar