¡Qué
gran conmoción asoló a toda la capital! La gente desorbitada corría sin amparo
buscando protección. Los perros desvariaban en carreras indefinidas mirándolo
todo con ojos vidriados y hacia quién sabrá dónde. Todo apuntaba a una sola
causa y la tristeza que producía en masa una gran desolación. Algo insólito
cruzaba el tiempo centelleando sin dar respiro al transeúnte poco precavido que
de traje u ojotas, eso igual daba, tropezaba incauto y ávido por salvar su
vida…uf gran confusión asoló a Buenos Aires el día que granizó de noche. Fue
por un 3 de octubre, aunque tranquilamente podría haber sido noviembre sin
duda. También podría no haberlo sido. La verdad es que un día donde la
primavera amenazaba con continuar sus versos más lindos y sus canciones sin
viento, tuvo que hacerse de noche para que al fin terminase cada rincón bombardeado
por la bestial templanza del granizo. No es obviable para nada todo el trabajo posterior
que arrastró a profesionales de todo el mundo analizar el fenómeno porteño. Sólo
algunos conocen de otros días de similar talla, pero es mentira. El día que
granizó de noche en Buenos Aires ocurrió una gran historia.
Cerca
del cambio de siglo y, sin duda, cerca de todo. Sin embargo fue ahí donde la relevancia pasó a cuarto plano y se
acallaron las voces de los que sabían algo más. Siguió todo como si la mosca
tan sólo volara fresca en verano. Siguió todo así sin más. El día que granizó
de noche no lo olvidaré jamás, aunque no lo presencié, sé que estuve ahí. Hubo
una historia hermosa, decía, que quedó en las primeras planas, y en las
segundas acompañaba una triste resolución. Fue por el barrio de Pompeya donde
la tristeza sin arrabal dio el presente, pero eso será motivo de contárselos en
otro encuentro..
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